El octavo mandamiento nos habla de no mentir ante tu prójimo.
1) Para saber
Aristóteles fue un gran filósofo, científico y uno de los hombres más sabios de la antigüedad. Fue discípulo y amigo de Platón, otro gran filósofo. Se cuenta que en una ocasión, discutía con otros filósofos una teoría con la que no estaba de acuerdo. Entonces uno le recordó: “Pero es Platón quien lo dice”. A lo que respondió Aristóteles: “Soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad”.
La virtud de la veracidad es la que protege el octavo mandamiento y que ahora abordó el papa Francisco: “No darás falso testimonio contra tu prójimo, ni mentirás”. La gravedad de la mentira está en que deteriora las relaciones, e impide el amor.
¿Pero qué significa decir la verdad? El papa responde: No basta ser sinceros, pues uno puede equivocarse siendo sincero. La verdad encuentra su plena realización en la persona de Jesús, quien “ha venido al mundo para dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37). A Jesús lo vemos siempre coherente, hasta en su forma de morir, que manifiesta su amor misericordioso y fiel. Jesús siempre va de acuerdo con lo que es y con la realidad.
2) Para pensar
Al mismo Aristóteles le preguntaban una vez: “¿Nunca has mentido tú?” Y respondió: “Sabiendo que mentía, no”. Y volvieron a cuestionarlo: “Y ¿no crees, entonces, que la mentira es útil?” El filósofo contestó: “Sí; para lo único que sirve la mentira es para que no te crean cuando dices la verdad”.
A veces uno se puede acostumbrar a decir mentiras, pero no es natural hacerlo. Los padres de un hijo de tierna edad pueden atestiguar la lucha espiritual que le cuesta al niño decir la primera mentira: le tiemblan los labios al niño, mira con el espanto de ser descubierto, ¡Cómo arde su rostro y con qué ritmo late su corazón! ¿No prueba este pequeño, con mayor elocuencia que cualquier argumento, ser la mentira contraria a la naturaleza?
Y aunque con la mentira no se causara daño a otro, sí nos dañamos a nosotros mismos. La mentira se parece al arma del indígena de Australia (el bumerang), que una vez lanzada, o bien da en el blanco y lo destroza (es la mentira maliciosa), o falla, y entonces vuelve al que la ha lanzado y lo hiere a él.
Preguntémonos: ¿qué verdad atestiguan nuestras palabras? ¿Soy un testigo de la verdad o soy más o menos un mentiroso disfrazado de verdadero?
3) Para vivir
Hay el peligro de tomar la verdad como excusa para absolutizar nuestras opiniones o desprestigiar a alguien. El papa Francisco nos previene contra los chismes que destruyen la unidad y afirma que un chismoso o una chismosa es un terrorista porque con su lengua tira una bomba y se va tranquilo, pero esa bomba destruye la fama de los demás.
No dirás falso testimonio significa vivir como un hijo de Dios, y no decir mentiras. De nuestra confianza en Dios, que es Padre y me ama, nace mi verdad y el ser veraz: no querer defraudarlo. Ojalá se pudiera decir de nosotros: “Este hombre es un hombre verdadero, o esta mujer es una mujer verdadera”. Pero, ¿por qué, si no abre la boca? Porque se comporta como verdadero, como verdadera. Dice la verdad, actúa con la verdad. Una hermosa manera de vivir para nosotros.
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