Del 17 al 19 de abril tendrá lugar el Congreso: “Todos somos Nazarenos”, organizado por CitizenGO. Merece la pena rezar por esta iniciativa que nos ayuda a no permanecer indiferentes ante tanto sufrimiento de nuestros hermanos en la fe. Ciertamente no puede ofrecer una solución inmediata, como sería deseable, pero sí catalizar esfuerzos y amplificar la presencia mediática, de forma que se despierte la sensibilidad social y, seguidamente, la política. De hecho se propone movilizar dos y medio millones de personas contra el genocidio de raíz religiosa. En cualquier caso, nos permite manifestar nuestra solidaridad y cercanía por quienes sufren injustamente a causa de su fe, dándonos –padeciendo– un maravilloso ejemplo.
En efecto, recientemente el Cardenal Robert Sarah ponía el dedo en la llaga cuando afirmaba: “Mientras los cristianos mueren por su fidelidad a Jesús, en Occidente algunos hombres de Iglesia debaten para reducir al mínimo las exigencias del Evangelio”.
De hecho, la entereza demostrada y el sentido sobrenatural, la profundidad de su fe son también para nosotros, o deberían serlo, una cachetada con guante blanco, un revulsivo que nos ayude a salir de nuestra horrorosa tibieza.
Cabe suponer que si Dios permite tamaña injusticia, si su Misericordia (que al decir de San Juan Pablo II pone límite a nuestra capacidad para el mal) todavía no lo ha hecho, es porque quiere removernos interiormente para que redescubramos el inmenso valor de nuestra fe, esa fe por la que ellos están perdiendo la vida, esa fe que se está perdiendo en nuestras sociedades.
Al Congreso asistirán un buen número de “confesores”, es decir, personas que sin morir por la fe han sufrido por ella o han sido testigos directos de este sufrimiento. Entre los invitados se encuentran: Su Beatitud Ignatius Ephrem Youssef III Younan, Patriarca de Antioquía y de la Iglesia Católica Siriaca; Monseñor Yousif Thomas Mirkis, Obispo Auxiliar del Patriarcado de Babilonia de los Caldeos y Arzobispo de Kirkuk (Irak); Monseñor Bashar Matti Warda, Arzobispo Caldeo Católico de Erbil (Irak); Monseñor Joseph Daniami Bagobiri, Obispo de Kafanchan (Nigeria); Monseñor Oliver Dashe Doeme, Obispo de Maiduguri (Nigeria); el Reverendo Edwar Awabdeh, presidente de la Iglesia Alianza Cristiana Evangélica en Siria y Líbano. Además, y será especialmente emotivo, se contará con la presencia de dos chicas secuestradas por Boko Haram que lograron huir.
Ellos podrán dar testimonio de primera mano sobre los sufrimientos de su pueblo. A nosotros nos toca servir de amplificadores, de altavoces, para hacer realidad el deseo de Francisco: “Debemos proteger a nuestros hermanos y hermanas perseguidos, exiliados, asesinados y decapitados. Son nuestros mártires. Y son mucho más numerosos que en los primeros siglos de la Iglesia (…) Yo espero que la comunidad internacional no mire para otro lado y se mantenga muda e inerte frente a este crimen inaceptable”.
Mientras eso sucede, la sangre continúa, incesante, derramándose. Sólo esta semana cayó Qaraqosh, la ciudad con población cristiana más grande que quedaba en Irak, en manos del Estado Islámico. Fuertemente emotivo fue también el martirio de Nauman Masih, joven de 14 años quemado vivo por muchachos de su edad, lo que evidencia el odio irracional de los perseguidores, inoculado desde la infancia, y la impotencia y desamparo de los cristianos de la región.
No debemos acostumbrarnos al terror, ello nos deshumanizaría. Al contrario, con el alma en carne viva recemos por el fin de estas atrocidades y cuestionémonos seriamente por la calidad de nuestra respuesta a Dios, por cómo vivimos nuestra fe, la misma fe por la que muchos valientes hoy en día pierden su vida, su hacienda, sus esperanzas humanas. Esa fe que les lleva incluso a perdonar, lo que agiganta moralmente su sacrificio mientras nos impulsa a dejar nuestra comodidad para comprometernos más seriamente por la causa del evangelio.
En este sentido, “Todos somos Nazarenos” es mucho más que un congreso, se trata de la más pura realidad sobrenatural, realidad que semana a semana confesamos en el Credo al proclamar que creemos en la “comunión de los santos”; los lazos de la fe, más profundos y fuertes que los de la sangre, pues se apoyan en la Sangre de Cristo, nos unen a ellos.
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