Trump provida

Trump y la Marcha por la Vida

El pasado 24 de enero se celebró en Washington la tradicional marcha por la vida, sólo que este año contó, por primera vez, con la presencia del presidente de los Estados Unidos, quien no dejó pasar la ocasión para afirmar orondo: “Los niños no nacidos nunca han tenido un defensor más fuerte en la Casa Blanca”. Y en verdad ha sido así porque, entre otras medidas, ha declarado al 22 de enero “Día Nacional Provida”, ha retirado los fondos públicos al aborto y le ha plantado cara a las Naciones Unidas en su descarado intento de imponer agendas abortistas a lo largo del mundo.

Muchas lecturas tiene este gesto. Están quienes se rasgan las vestiduras: “¡Ha tenido tres esposas!”, “¡es un capitalista salvaje!”, “¡no regula el uso de armas en EU, por lo que se multiplican las matanzas en colegios!”, “¡está en contra de los inmigrantes!”, “¡no disimula su desprecio por mexicanos y centroamericanos!” Todo ello es verdad… pero también es verdad que apoya la Marcha por la Vida y la agenda a favor de la vida en general, no sólo con discursos y su presencia, sino con hechos concretos y contundentes. Que haga muchas cosas mal no impide que haga algo bien.

Otros objetan: “¡Está haciendo campaña electoral!”, “¡no tiene rectitud de intención!, en realidad no le interesan los niños, sino solo el poder”. Puede ser, no sería descabellado, pero en realidad, eso solo lo saben Trump y su conciencia, nosotros no podemos saberlo, como no podemos saber en absoluto si las decisiones que toman habitualmente los políticos en general son sinceras o, por el contrario, constituyen una estudiada carambola de tres bandas para beneficiar sus propios intereses políticos y económicos. Incluso, pensemos mal, démoslo por cierto, ello también nos arroja información interesante.

“Los jóvenes son el corazón de la Marcha por la Vida, y es su generación la que está convirtiendo a Estados Unidos en una nación profamilia y provida” dijo en su discurso. Y Trump es empresario y político, no le preocupa quedar bien –ha dado abundantes muestras de ello– sino conseguir sus objetivos, la eficacia. Que Trump participe en la marcha en vísperas de una contienda electoral dice mucho, indica que según la información con la que él cuenta, privilegiada desde todos los puntos de vista, el movimiento provida está prevaleciendo en los Estados Unidos y la tendencia de los jóvenes va en esta dirección. En caso contrario sería un suicidio político participar en la marcha. Podría oponerse, ignorarla, apoyarla discretamente desde la tribuna; pero no, ha decidido romper un tabú, “poner toda la carne en el asador” y comprometerse de lleno con esta causa justo antes de la contienda electoral.

Trump ganó la elección contra todo pronóstico, rompiendo los esquemas prefijados por las cadenas de noticias y el pensamiento políticamente correcto, desenmascarando así lo que ya sabíamos: que el mundo que nos pintan los medios no necesariamente es el mundo real, que lo políticamente correcto no refleja necesariamente lo que piensan las personas. Al participar en la Marcha por la Vida da un paso decidido en esta dirección: cuando aparentemente nos quedamos sin argumentos para defender la vida y oponernos al aborto nos está diciendo: “no, la vida sigue siendo sagrada, sigue siendo rentable; es una falsa disyuntiva oponer los derechos del no-nacido y los de la mujer”. En efecto, el lema de la marcha fue: “Empodera la vida: ser provida es ser promujer”. Trump acoge esta especie de “herejía mediática” por considerar que refleja más vivamente el pensamiento de los jóvenes y de las mayorías, aunque el velo de los medios y lo políticamente correcto quiera impedírnoslo ver.

“Cada niño es un regalo precioso y sagrado de Dios”, dijo en su discurso. Hermosas y emotivas palabras, una gran verdad, poética en labios de un presidente de los Estados Unidos. En su discurso menciona frecuentemente a Dios, para fustigar, fiel a su estilo, al pensamiento imperante, políticamente correcto, de corte secularista y laicista. ¿Qué nos dice con ello? Que ese pensamiento no representa a la realidad, la mayoría de la gente, el pueblo, los votantes; que ese pensamiento solo se representa a sí mismo, a una pequeña y poderosa élite intelectual. Trump disfruta “ventaneando” las especulaciones, las fachadas falsas, las apariencias engañosas que benefician a un grupo de poderosos y que suelen servirse de un buen grupo de tontos útiles. Por eso va contra corriente, por eso los medios le declaran la guerra y, al hacerlo, le dan la notoriedad que él busca. Con su estrategia, en esta ocasión, apoyó a la causa correcta.

 

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