Pasó el 24 de enero de 2015: El Papa Francisco recibió de forma privada a un transexual español en el Vaticano. La historia se ha conocido porque la persona en cuestión lo refirió a un diario local de su país y de ahí saltó a la gran prensa con connotaciones y lecturas que no corresponden a la realidad.
Diego Neria Lejarraga es el nombre del transexual recibido por el Papa. Tiene 48 años y es oriundo de Plascencia, Extremadura, España. Diego nació mujer, pero realizó una operación de cambio de aspecto de sus órganos genitales externos (la incorrectamente conocida como «operación de cambio de sexo») cuando tenía 40 años, tras la muerte de su mamá.
Ya antes, como ahora, había estado involucrado activamente en la vida de su parroquia, aunque experimentó cierto rechazo tras la operación. No obstante, ha recibido atención cercana del obispo de Plascencia, Amadeo Rodríguez Magro, quien le invitó a escribirle al Papa. El Papa le respondió en diciembre de 2014 y en enero lo recibió de forma privada.
Hasta ahí los hechos que responden a lo que la pastoral de la Iglesia enseña a cualquier pastor, incluido el Papa. Ver un gesto así como algo excepcional parece ser más bien el resultado de la ignorancia de la pastoral que la Iglesia realiza hacia personas como ésta y, en general, hacia todas aquellas que sufren de alguna manera.
Sobre lo tratado en el encuentro privado, el mismo Diego ha dicho: «Lo que pasó en esa reunión, lo que allí se dijo, es algo que se queda para las personas que participamos en el encuentro. Porque es algo que quiero vivir en la más estricta intimidad» (Diario Hoy, 27.01.2015). Habiendo sido un acto privado del Papa, la Santa Sede no emite comunicados ni habría de esperarlos.
Algunos periódicos han querido insinuar en este hecho un gesto práctico de condescendencia a la cultura gay por parte del Papa Francisco, recordando machaconamente aquellas palabras del mismo Pontífice en el vuelo de Río de Janeiro a Roma: «¿Quién soy yo para juzgarlo?».
Ante esto habría que recordar tres cosas:
1. El contexto. Las palabras completas de aquella ocasión fueron: «Creo que cuando uno se encuentra con una persona así, debe distinguir el hecho de ser una persona gay, del hecho de hacer un lobby, porque ningún lobby es bueno. Son malos. Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?».
2. No olvidar otras palabras dichas en análogas circunstancias (el vuelo de regreso de Manila a Roma) y en el que no ha dado pie a dudas al subrayar la colonización ideológica de la cultura gay.
3. Finalmente una distinción: homosexualidad y transexualidad no son lo mismo. En el primer caso el hombre o la mujer homosexuales no tienen problema con su identidad de hombre o mujer, sino con la atracción hacia personas de su mismo sexo. En el caso de los transexuales hay algo diferente: constatan las características físicas sexuadas de su cuerpo (femenino o masculino), pero psicológicamente no se identifican con él.
En las universidades pontificias, y en general en los seminarios, los futuros sacerdotes son instruidos en éstas y otras distinciones. Suponiendo la valoración moral que la Iglesia da a todas esas inclinaciones, es la teología pastoral la que ofrece las pautas para atenderlas y, en la medida de lo posible, ofrecer a las personas interesadas una ayuda espiritual y acompañamiento en sus circunstancias concretas. Suponer, inventar, tergiversar, interpretar o voluntariamente contradecir lo que no pasa, no es otra cosa que hacer ficción.
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