Hacer ayuno

Un tweet del papa

 

Recientemente el papa tuiteó: “Como cristianos la situación en Afganistán nos compromete. En momentos históricos como este no podemos permanecer indiferentes. Por eso hago un llamamiento para que se intensifique la oración y se practique el ayuno pidiendo al Señor misericordia y perdón”. Al hacerlo manifiesta dos cosas: su fe en la oración y su preocupación por el mundo. Ambas realidades forman parte del bagaje esencial que todo católico debiera tener.

En primer lugar, la confianza en la oración, y también en la oración del cuerpo, o penitencia, manifestada en el ayuno, al que nos invita el papa. Es curioso, ahora está de moda el ayuno como forma de guardar la línea; en ese caso nos parece justificado –porque funciona-, pero en cambio, puede parecer una exageración o incluso un absurdo practicarlo por motivos espirituales. “¿En qué le beneficia a una mujer afgana que yo no tome mis huevos con jamón una mañana?” Es cuestión de fe; fe que manifiesta el papa, finalmente es el guardián de la misma, y que debiéramos tener, o por lo menos pedir sus correligionarios.

Con la oración el alma se hace “católica”, palabra de origen griego que indica “universal”. Nuestro corazón se hace universal con la oración, en la medida en que ningún sufrimiento del ser humano nos resulta indiferente. La oración hace que nuestro corazón se identifique con el de Cristo, para quien tampoco resulta indiferente ningún sufrimiento humano, no importando que se trate del sufrimiento de mujeres afganas, es decir, de otra religión y cultura. En ese caso, es poco rica una oración que se limita a pedir por las necesidades personales, poco católica, universal.

La preocupación por el mundo, el querer compartir sus cargas, el no mirarlo con indiferencia -pues el asunto no es conmigo ni con los míos-, es muestra de poseer una mentalidad católica y de “sentir con la Iglesia”, para quien las preocupaciones y los anhelos de todo hombre resultan importantes. ¿Cómo se consigue? Se requieren dos hábitos: seguir las noticias –no estar encerrados cómodamente en nuestra zona de confort-, y hacer oración, para que progresivamente nuestros sentimientos se vayan configurando con los de Jesucristo.

En ese sentido, una fuente importante de la oración, complementaria a las Sagradas Escrituras, son las noticias, máxime cuando son “malas”, porque nos “duelen” y nos impulsan a elevar el alma a Dios en petición de ayuda. Debería ser casi un movimiento reflejo: ante una tragedia, o una situación de sufrimiento de la cual nos enteramos, inmediatamente elevar el alma al cielo pidiendo por aquella situación o aquellas personas. Así le sucedía, con frecuencia, a san Josemaría, al que le brotaba impetuosa la oración al coger el periódico o ver el noticiero. No en vano enseñó a encontrar a Dios en medio del mundo. Es, insisto, un acto de fe: el mundo no se le ha ido de las manos a Dios; la Providencia dirige y corrige muchas veces, los tortuosos rumbos de la historia.

Por todo lo anterior, al seguir el dramático éxodo de los afganos, los atentados, la tensión que reina en el ambiente, la preocupación por el futuro de un país en manos de unos fanáticos islamistas, no debería dejarnos indiferentes. Tampoco la solicitud por la pequeña, pero existente, comunidad cristiana de Afganistán. Podemos confiar en que Dios se servirá generosamente de nuestra oración para encauzar del modo más conveniente la historia, en este caso, la realidad de la Iglesia afgana y de las mujeres afganas. ¡Es asombroso pensar que Dios quiera condicionar el bienestar de todo un pueblo a la generosidad de toda una Iglesia!

¿Cómo hacerlo? Resulta sencillo, basta proponerse uno o varios días de ayuno –hacer una comida menos al día- y cada vez que nos enteremos de una noticia referente a Afganistán, pedir por esa gente. A Dios le resulta especialmente grata la oración de intercesión, máxime si es por personas que no conocemos; porque manifiesta grandeza de alma y confianza en el poder divino. Las noticias, a menudo tristes, duras, malas, deberían ser un acicate para fomentar nuestra unión con Dios, y a través de Él, con toda la humanidad doliente. Sólo así seremos realmente auténticos ciudadanos católicos, de un mundo en el que Dios no está ni ausente ni indiferente, y del cual somos protagonistas.

 

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