Una perspectiva del Sínodo

Afortunadamente, para algunos por lo menos, concluyó sin novedad el Sínodo de la Familia. Al decir de la Escritura, “nada nuevo bajo el sol”. Es curioso, dos Sínodos, abundantes polémicas, y todo para concluir donde se había comenzado; eso sí, con un acento más pastoral y una preocupación real por ofrecer una Iglesia “facilitadora” y no “controladora” de la fe, por no señalar con el dedo, sino acudir en auxilio de las familias que lo requieran, y del hombre tal y como está en la sociedad, si herido, herido.

Queda claro, tal como lo dejó dicho san Juan Pablo II, que la familia es el camino de la Iglesia; de hecho, a este gran Pontífice se debe haber añadido una letanía en el rezo del rosario: “Reina de la familia: ruega por nosotros”; se ve que así ha sido a lo largo del trabajo sinodal.

De entre las muchas intervenciones del Sínodo, me parece particularmente relevante la del Cardenal Robert Sarah. Su historia personal es lo suficientemente elocuente como para afirmar que es un testigo de la fe, pero no de cualquier fe, no de la fe cansada de Europa, o de la que ya comienza a estarlo de algunos sectores de América, sino de la fe boyante, sencilla, alegre de África, el Continente con más alto crecimiento en vocaciones sacerdotales, religiosas y en la práctica de la fe. La fe prístina, recién estrenada le confiere un vigor y una fuerza a las propuestas africanas de las que quizá los demás deberíamos aprender.

Sarah comienza realizando un examen del Sínodo precedente. Confiesa que en esa ocasión tuvo la “tentación de rendirme a la mentalidad del mundo secularizado y del Occidente individualista. Reconocer las así llamadas «realidades de la vida» como un lugar teológico, significa renunciar a la esperanza en el poder transformador de la fe y del Evangelio. El Evangelio que alguna vez transformó culturas está ahora en peligro de ser transformado por ellas”.

He ahí el meollo de la cuestión: o el cristianismo transforma la sociedad o es transformado por ella. De aceptar este último supuesto, traicionaría su identidad milenaria y la riqueza que aporta en cada etapa histórica al hombre de ese tiempo, para convertirse en algo banal.

De allí pasa a realizar un análisis sobre las amenazas actuales contra la familia. Como suele suceder, según su diagnóstico, los extremos se tocan. “Un discernimiento teológico nos hace capaces para visualizar en nuestra época dos amenazas inesperadas (casi como dos «bestias apocalípticas») ubicadas en polos opuestos: por una parte, la idolatría occidental de la libertad; por otra, el fundamentalismo: el secularismo ateo versus fanatismo religioso. Para usar un lema, nos encontramos nosotros mismos entre la ideología de género y el ISIS”.

La familia es erosionada por “su desintegración subjetivista en el Occidente secularizado a través del acceso rápido y fácil al divorcio, al aborto, a las uniones homosexuales, a la eutanasia, etcétera (cf. La teoría de género, el FEMEN, los grupos de presión LGBT, IPPF…). Y, en el otro extremo, la pseudo familia del Islam ideologizado, la cual legitima la poligamia, la servidumbre de la mujer, la esclavitud sexual, el matrimonio infantil (cf. Al Qaeda, Isis, Boko Haram…)”. El panorama de la auténtica familia se ve entonces duramente amenazado. Ambos movimientos se caracterizan por ser “violentamente intolerantes, destructores de las familias, de la sociedad y de la Iglesia, y abiertamente cristianofóbicos”.

El cardenal no duda en afirmar: “Lo que el nazismo fascista y el comunismo fueron en el siglo XX, lo son hoy en día las ideologías homosexual y abortista en Occidente y el fanatismo islámico”.

Frente a estos retos, ¿cuál debe ser la postura de la Iglesia y particularmente de sus Pastores? En ningún caso la estéril confrontación; por el contrario, deben buscar difundir la belleza de la verdad, de la auténtica familia: “Los Pastores tienen la misión de ayudar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a descubrir la belleza de la familia cristiana”.

La realidad es más fuerte y atractiva que cualquier ideología. La Iglesia debe ofrecer su apoyo y sostenimiento a las familias reales para que puedan realizar plenamente su vocación en el seno de la sociedad. La propuesta del Cardenal ciertamente supone un desafío, tanto para los Pastores, como para las familias; en definitiva, para cualquiera que busque vivir plenamente su fe.

 

 

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