Dignidad bien fundada

Una dignidad bien fundada. ¿Sé quién soy?

1) Para saber

Un hombre inconsciente y herido por dos balas en la espalda que flota a la deriva es rescatado en el mar por un barco pesquero, pero al volver en sí desconoce su identidad, no sabe ni cómo se llama. Así comienza una película famosa llamada “Identidad desconocida” (The Bourne Identity, 2002). Durante la trama el protagonista intentará ir descubriendo quién es él mismo y por qué lo quisieron matar (y siguen intentándolo).

Para todos es fundamental saber quiénes somos, cuál es nuestra identidad, pues es lo más personal. El papa Francisco, continuando su reflexión, en base a la carta a los gálatas, señala que con el bautismo recibimos una nueva identidad: ahora ya se es hijo de Dios en Cristo. Nos previene el papa para que nos mal acostumbremos a considerar nuestra filiación divina, pudiéndose olvidar su inmenso valor. Gracias a que somos hijos de Dios, nuestra dignidad se vio enriquecida grandemente.

2) Para pensar

Un niño de siete años cambió de colegio al tener sus padres que cambiar de ciudad. Su madre lo veía más alegre y le preguntó si le gustaba su colegio. Su hijo le contestó que mucho más que el anterior. Su madre le preguntó por qué le gustaba más. “Es que aquí sí me llaman por mi nombre”, contestó. Su mamá le preguntó: “¿Y cómo te llamaban en el anterior?”. Su hijo le explicó: “Me llamaban «el siguiente≫”.

El nombre es la señal de nuestra identidad, lo que nos distingue. Ese nombre se nos asigna en el bautismo, es el “nuevo” nombre del hijo de Dios. Siempre es bueno recordar de forma agradecida el momento en el que nos convertimos en hijos de Dios, el de nuestro bautismo. El papa preguntó en la audiencia quién sabía la fecha de su bautismo, pues es la fecha en la cual hemos sido salvados y convertidos en hijos de Dios. Y si no se conoce la fecha, aconsejó preguntar a quienes la conocen: al padrino o madrina, al padre, a la madre, al tío o la tía… y cada año recordar y celebrar esa fecha de nuestro nuevo nacimiento.

3) Para vivir

Se puede hablar de una filiación general que afecta a todos los hombres y las mujeres del mundo al ser hijos e hijas del único Creador. Pero san Pablo nos habla de la filiación «en Cristo». Esta es la novedad y diferencia: con el bautismo somos hijos “en Cristo”. Participamos de la redención de Cristo, es decir, gracias a su muerte y resurrección, somos perdonados y reconciliados con el Padre. Y esa unidad con Cristo forma la Iglesia. El no bautizado, permanece con el pecado original y no puede participar de los demás sacramentos. El bautismo, por tanto, no es un mero rito exterior, no es sólo un acontecimiento social, sino que transforma a la persona en su ser más profundo e íntimo, se posee una vida nueva, una nueva identidad, nos hace hermanos en Cristo, y por ello nos permite invocar a Dios con el nombre “Abbà”, es decir “papá”.

Por ello San Pablo señala que ya no hay diferencias en dignidad entre hombre o mujer, entre libre o esclavo… Hay una profunda unidad e igualdad entre todos los bautizados. Mujer y hombre tienen la misma dignidad: Todos somos hijos e hijas de Dios. Es decisivo vivir sabiendo quiénes somos y redescubrir la belleza de ser hijos de Dios.

 

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