Recientemente visité a un buen amigo, con una niña pequeña de dos años. Me sorprendió que la niña lo reclamaba para todo: para cambiarse, ir al baño o dormir exigía la presencia del papá. Si mamá intentaba hacer esa labor, estallaba, inconsolable, en llanto. Me explicó el papá que cuando nació, como fue por cesárea, en lugar de poner a la niña sobre el pecho de su madre, le tocó a él recibirla. Atribuye a ello la dependencia paterna de la niña. Efectivamente, una obstetra me explicó que se suelen poner a los niños sobre sus madres nada más nacer, es bueno para ambos.
Los estudios de maternidad se han desarrollado mucho, pero las consecuencias sociales de estos resultados quizá se hacen esperar. Se ha detectado la importancia de que el recién nacido tome contacto táctil con su madre, siendo ese gesto que podría parecer anecdótico o incluso sentimental, fundamental para su desarrollo. Sin embargo, se abre la puerta a los “vientres de alquiler” o “maternidad subrogada”, donde la madre en realidad no es madre, lo que permite plantearse la cuestión, anteriormente evidente, de ¿dónde quedó la madre?
Me explico. Pueden reclamar la paternidad/maternidad del niño hasta seis adultos involucrados en esta práctica (sigo el informe presentado por Women of the world a la ONU en 2016 sobre Maternidad subrogada): La madre donante de óvulos, la madre gestante, la mujer que encargó el bebé, el padre genético que dona el esperma, el marido de la gestante y el marido de la que “compró” el bebé. La confusión para el niño sobre su origen e identidad es inevitable. Los daños psicológicos también, en este caso no sólo para el niño, sino también para “las madres” involucradas. En efecto, las tres “madres” están sometidas a un particular estrés. Sobra decir que en este caso los artículos 7º y 8º de la Convención sobre los Derechos del Niño vienen a ser papel mojado, pues la presión económica e ideológica ha pesado más que su derecho a tener clara su identidad.
Los vientres de alquiler lesionan gravemente la dignidad humana al tiempo que son un jugoso negocio, necesario, de otra parte, para satisfacer las exigencias de gays y lesbianas de tener niños. Supone una nueva forma de explotación, comparable a la prostitución, pues “la mujer vende o alquila su cuerpo por dinero”. Por su parte, “el niño es utilizado como producto comercial”. Sobra decir que si no satisface al cliente, vienen después las reclamaciones, es decir, los niños están sometidos “al control de calidad”. La “madre de alquiler” y la “madre genética” son utilizadas como producto de usar y tirar. Los lazos psicológicos que se desarrollan durante el embarazo entre la madre y el niño son rotos por dinero, siendo afectados ambos extremos de la relación.
Si “todo sale bien” se lesiona la dignidad de la madre y los derechos del niño, pero si hay algún problema, es decir, viene con malformaciones, enfermedades o sencillamente no es del sexo deseado, el niño frecuentemente es rechazado por los padres “compradores” y en ocasiones se obliga a abortar a la mamá gestante. Ha sucedido que la madre gestante se arrepiente y quiere quedarse con el niño, pero no puede, pues este ya “ha sido comprado”.
Suecia prohibió recurrir a este sistema para adoptar niños, pues una investigación evidenció la existencia de una cruel industria de compra venta de bebés. En Nigeria se han encontrado varias decenas de “fábricas de niños”, donde se tenía a las mujeres embarazadas, en ocasiones encadenadas o amarradas a la pared “como si fueran vacas”, y donde se las obligaba a abortar si el niño venía con alguna malformación. En síntesis, el negocio de los vientres subrogados se presta a toda clase de abusos, es realmente lamentable el menosprecio de la vida humana y de la dignidad de la mujer que supone. Sin embargo, hay países muy “avanzados” que han regulado la “gestación subrogada”, en concreto: Estados Unidos, México, Kazajistán, Rusia, Ucrania y Georgia. Resulta curioso que muchos grupos feministas no hayan pegado aún el grito en el cielo ante tan evidente denigración de la mujer.
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