1) Para saber
Cassius Clay, quien adquirió el nombre de Muhammed Alí, fue uno de los más grandes boxeadores que ha habido. Figura controvertida, fue promotor de la paz. Sin embargo, solía vanagloriarse: “Soy el mejor”, solía decir. Aunque no le gustaban los aviones, un día abordó uno y, a punto de despegar, una de las azafatas notó que Muhammed no se había abrochado el cinturón de seguridad. Amablemente le recordó que tenía que hacerlo. “Supermán no necesita cinturones de seguridad”, contestó con altanería Alí. La azafata sin alterarse le contestó: “Supermán tampoco necesita aviones para viajar, señor”. Muhammed se abrochó el cinturón. Cuando olvidamos que tenemos limitaciones, la vida se encarga pronto de recordárnoslo.
La vanagloria va unida a la envidia, y ambas son hijas del demonio de la soberbia, que es madre de todos los vicios. El vanidoso aspira a ser el centro del mundo y objeto de toda alabanza, elogio y amor, afirmó el Papa Francisco en su reflexión semanal. La vanagloria se aparta de la verdad, pues es una autoestima inflada. La persona vanidosa, es engreída y egocéntrica, cree que su persona, sus logros, sus éxitos, deben ser mostrados a todo el mundo: es un perpetuo mendigo de atención. Y si a veces no se reconocen sus cualidades, se enfada ferozmente. Los demás son los injustos, no comprenden, no están a su altura.
2) Para pensar
Por los años setenta se hizo muy popular una canción titulada “Eres tan vanidoso” (You’re so vain), compuesta y cantada por Carly Simon, dedicada a uno o varios de sus exnovios. En ella relata de un tipo que entra a las fiestas caminando como en un yate, creyéndose mirado por todos, mientras él le echa un ojo al espejo “pavoneándose”. Es tan vanidoso, dice, que cree que la misma canción es toda para él.
Sucede que el vanaglorioso tiene problemas en sus relaciones sociales, pues posee un “yo” dominante, carece de empatía y no le importan los demás. Sus relaciones son instrumentales para conseguir lo que ambiciona y están marcadas por la prepotencia hacia el otro.
3) Para vivir
Hoy en día, como nunca antes, debido a las redes sociales, la vanidad se ha visto acrecentar: se busca presumir y lucir lo que no somos. San Juan Crisóstomo decía: “La vanidad es la prueba más evidente de la pobreza interior”.
Para superar la vanagloria, dice el Papa Francisco, tenemos el testimonio de San Pablo, quien tenía un defecto y le pidió al Señor que le librara de aquel tormento, pero Jesús le respondió: «Te basta mi gracia; mi fuerza se realiza en la debilidad». A partir de entonces, a Pablo ya no le importaron sus debilidades, pues la fuerza la hallaba en Cristo. De igual manera, podemos aprovechar nuestras debilidades para ser humildes y apoyarnos más en Dios.
La Sagrada Escritura nos recuerda en el Eclesiastés que en este mundo todo es vanidad dada la fugacidad de la vida; se reflexiona sobre la falta de sentido de todo si falta el amor a Dios.
El Papa Francisco recomienda para esta Cuaresma meditar las “Letanías de la humildad” del cardenal Merry del Val, donde se pide al Señor nos libre del deseo de ser alabados, aplaudidos, apreciados, preferidos, etc., así como del temor de ser olvidados, despreciados, etc.
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