Virtudes y vicios (13). Mejor que lo perfecto

1)  Para saber

“Mejor es callar y que duden de tu poca sabiduría, que hablar y eliminar cualquier duda sobre ello” (Abraham Lincoln). La prudencia nos indica cuándo hablar y cuándo es mejor callar. El papa Francisco dedicó su Audiencia a la virtud de la prudencia que, junto a la justicia, la fortaleza y la templanza, forman las virtudes cardinales, tratadas desde la antigüedad por Sócrates, Platón, Aristóteles y los filósofos griegos.

A veces se entiende erróneamente la prudencia como una actitud temerosa y titubeante que lleva a no actuar. Pero la persona prudente es creativa: razona, evalúa, trata de comprender la complejidad de la realidad y luego actúa. No se deja llevar por emociones, pereza, presiones o ilusiones. La prudencia pone la acción en manos de su inteligencia y de su libertad.

2)  Para pensar

Un empresario quería saber si su hijo estaba suficientemente maduro para poder traspasarle todos sus negocios. Para ello invitó a cenar a su anciano profesor de filosofía para que lo conociera. Cenaron los tres y al término, se quedaron solos el empresario con su profesor. “¿Y bien?”, le preguntó al filósofo. “Aún le falta madurez a tu hijo, amigo”, fue su respuesta. “Pero, ¿cómo lo sabes?”, preguntó. “Porque le puso sal a la comida antes de probarla. No sabía si necesitaba sal o no, y sin embargo se la puso. Eso quiere decir que actúa sin saber, sin pensar. Quien así actúa se puede equivocar mucho”. El empresario supo que su maestro tenía razón, y alabó su perspicacia.

Se precisa pensar antes que actuar. Aristóteles decía que el rasgo distintivo del hombre prudente es el ser capaz de deliberar y de juzgar de una manera conveniente. En esa línea Santo Tomás la llamó “la recta razón en el obrar”, y por eso recibe el sobrenombre de “conductor de las virtudes”.

3)  Para vivir

Es frecuente que aunque se sepa la teoría, en la práctica se dude cómo obrar y no se sepa elegir. En esos momentos no es razonable dejarlo al azar y que la suerte la decida con una moneda. La prudencia aconseja medir las situaciones, recordar experiencias pasadas, pedir consejo y poner los medios adecuados para conseguir lo decidido, sin dejarse llevar por la pereza o la superficialidad. La prudencia es la cualidad de quienes están llamados a gobernar, pues sabe armonizar los muchos puntos de vista.

La prudencia enseña también que, como se suele decir, “Lo perfecto es enemigo de lo bueno”. Cuando hay demasiado celo, o se pretende tal refinamiento, suele llevar a que nunca se termine lo comenzado. Los proyectos en algún trabajo o los personales pueden requerir ir despacio, y no por un afán desmedido de obtener frutos que lleve a tensionar y acabar por frustrarlos.

En varios pasajes del Evangelio encontramos enseñanzas de Jesús que nos ayudan a crecer en la prudencia. Por ejemplo, cuando describe al hombre sensato que construyó su casa sobre roca, y la del insensato, que la edificó sobre arena. Jesús les recomienda a sus Apóstoles que “sean prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas”. Invitando a ser santos, pero inteligentes, porque sin prudencia, es fácil equivocarse de camino, dice el Papa Francisco. Hay que saber elegir el camino que conduce al bien y a la vida verdadera. 

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