Virtudes y vicios (8). Apuntar alto

1)  Para saber

Parece evidente que al disparar un cañón, no se debe apuntar al blanco, porque la fuerza de gravedad hace que la bala pegue más abajo. Se calcula para saber cuánto más arriba se ha de enfocar la puntería. Así sucede en nuestra vida: si nuestras aspiraciones o ideales no son bastantes elevados, debido a la “fuerza de la gravedad” de nuestras miserias, hará que ni siquiera alcancemos esa pequeña altura y se quede en una triste mediocridad. En cambio, tener ideales altos nos lleva a dar lo mejor de uno mismo para alcanzarlos y aunque no se logren se llega a una altura razonable.

No tener ideales, ser indolentes o apáticos son síntomas de la acedia. El papa Francisco reflexionó sobre este vicio que suele identificarse con la pereza porque ésta es uno de sus efectos. Para la persona con acedia la vida carece de sentido y pierde interés por las cosas, sean humanas o divinas: leer, rezar o ir a Misa le parece aburrido. Son síntomas parecidos a la depresión, pero mientras que ésta es una enfermedad, la acedia es un vicio. Acedia en griego significa literalmente “falta de cuidado”, es perder el interés, es un poco como morir anticipadamente.

2)  Para pensar

Cuentan en su diario los hermanos Goncourt, escritores franceses del siglo XIX, que estaban en un restaurante y entró un señor con muchos años encima. Iba solo. Se sentó y quedó allí inmóvil, como ausente de todo lo que le rodeaba. Se acercó el mesero y le preguntó: “¿Qué desea el señor?” Y éste, después de un suspiro, contestó: “El señor sólo desea poder desear alguna cosa”. Los Goncourt añaden a su relato este comentario: «Aquel hombre no era un viejo; era la ancianidad personificada».

Por ello, la acedia es una tentación muy peligrosa que lleva a ver todo gris, monótono, aburrido. Incluso puede inducirnos a abandonar el buen camino que habíamos emprendido. Es como estar aplastado por un deseo de muerte: todo le disgusta; la relación con Dios se le vuelve aburrida. Lleva a perder el sentido de la propia existencia. Así, el acidioso no realiza con solicitud la obra de Dios.

3)  Para vivir

Decía el Cardenal Ratzinger que la humanidad se encuentra muy pendiente de prevenir una hecatombe exterior, nuclear, fuego, hambre, etc., pero ignora que está enfermo de cáncer. Por lo tanto, no morirá de esos peligros exteriores, sino de la descomposición de su propio cuerpo. Así indicaba que el peligro es ser destruido por la propia decadencia moral al banalizar las costumbres morales.

Un remedio es la paciencia de la fe. Los santos también padecieron una oscuridad en sus vidas, pero supieron atravesar la noche aceptando con paciencia su ceguera. Aunque no parezca, la fe se mantiene y crece, a pesar de la oscuridad que ciega, pues se sigue humildemente apoyándose y confiando en Jesús, que nunca nos abandona. Esa fe permanece en el corazón, como las brasas bajo las cenizas. Se sigue adelante si se custodian las brasas de la fe. Como dijo alguien, la vida no decepciona, sino a los que no esperan bastante de ella. Terminamos con una frase del comediante Charles Chaplin: “Es bueno ir a la lucha con determinación, abrazar la vida con pasión, perder con clase y vencer con osadía. Porque el mundo pertenece a quien se atreve”.

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