El 31 de octubre se cumplirán 500 años de un hito histórico que marcó el inicio de la Reforma Protestante y la fragmentación religiosa de Europa Occidental (el oriente europeo ya se había separado cinco siglos antes de la Iglesia Católica). Martín Lutero, religioso agustino, colocó sobre la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg, Alemania, las 95 tesis, donde denunciaba diversos abusos de la Iglesia de Roma, particularmente la venta de indulgencias. Gracias a la imprenta esa denuncia se difundió como pan caliente por toda Europa, haciendo eco al clamor del pueblo cristiano que reclamaba un cambio en las costumbres de la jerarquía y una vuelta a la espiritualidad y a la pobreza. Lamentablemente esos reclamos no tuvieron una respuesta pronta y adecuada, y rápidamente se consumó la fragmentación espiritual de la Iglesia.
Ríos de tinta han corrido y corren al respecto. El hecho y su interpretación se han analizado en mil formas diversas a lo largo de la historia. Lo cierto es que supuso la mayor ruptura en la unidad de la fe cristiana, y por ello, algo que va expresamente contra la voluntad del fundador del cristianismo, es decir, Jesucristo. No se trata de buscar culpables. En realidad, puede afirmarse que los hubo de ambas partes. El clamor de Lutero era justificado, la Iglesia necesitaba urgentemente una reforma espiritual, las voces más autorizadas dentro de ella venían pidiendo por esta intención durante décadas. De 1512 a 1517 estuvo abierto el Quinto Concilio de Letrán, pero en lugar de producir la tan ansiada reforma, se contentó con dirimir cuestiones periféricas.
Lutero forzó la reforma, pero en lugar de transformar la Iglesia desde adentro, como han hecho los santos, verdaderos protagonistas de la Iglesia a lo largo de la historia, salió de ella. A diferencia de los santos, que tuvieron una vida ejemplar, la de Lutero estuvo plagada de desórdenes y, paradójicamente, volvió a caer en lo que denunciaba: una servil sumisión, solo que en el lugar del Papa estaban los nobles alemanes de los que dependía, y quienes aprovecharon la controversia religiosa para engrosar sus arcas. Sobra decir que no hubo ni una vuelta a la primitiva pobreza, ni un retorno de la espiritualidad; por el contrario, la reforma protestante agarró fuerza precisamente como un movimiento político de emancipación de la autoridad Papal e Imperial a un tiempo. Tampoco condujo a una mejora de vida en los pobres y campesinos alemanes, ni siquiera en una reducción de las tasas impositivas, simplemente cambiaron de destinatario.
No se puede negar, sin embargo, que Lutero contribuyó a fomentar la cultura, pues impulsar la traducción y la difusión masiva de la Escritura ayudó a que el pueblo ignorante aprendiera a leer. La lectura de la Biblia y la recitación de los himnos religiosos protestantes marcaron hondamente la mentalidad y la cultura germanas. Muchos han querido sacar además abundantes consecuencias del individualismo protestante, viéndolo incluso como un antecedente del capitalismo y su espíritu emprendedor (si bien en su versión calvinista). Lo cierto es que ha marcado hondamente la cultura occidental.
La auténtica reforma de la Iglesia llegó, pero lamentablemente muy tarde. Solo pocos meses antes de que Lutero muriera y cuando la ruptura religiosa y política de Europa fuera un hecho consumado, comenzó el Concilio de Trento, que no concluiría sino hasta 1563, y que impulsaría la tan ansiada reforma de las costumbres y la vida de la Iglesia, con una impronta fuertemente espiritual. La reforma, además, no la hicieron solo los decretos, sino también los santos. Hay una auténtica floración de santidad en la Iglesia, como movimiento suscitado por el Espíritu Santo, para recuperar el rumbo en la nave de Cristo: santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier, san Felipe Neri, san Carlos Borromeo, san Pio V, y un largo etcétera la implantaron. La ruptura, sin embargo era un doloroso hecho consumado.
A 500 años de distancia muchas enseñanzas podemos obtener, por ejemplo: que el pecado, siempre pasa factura, y las faltas dentro de la Iglesia, especialmente si estamos involucrados los ministros o la jerarquía, con mayor razón. Que Dios, de los males saca bienes, e indudablemente mucho se ha podido beneficiar toda la humanidad de la difusión masiva y popular de la Biblia, así como del modelo de religiosidad íntima y personal difundido por el protestantismo. Ahora bien, es un hecho que esta fractura, fruto del pecado del cual no estuvieron exentas ninguna de las dos partes, es contraria a la voluntad de Jesucristo y al testimonio de fe que la Iglesia debería ofrecer al mundo. No parece por ello que sea una ocasión para celebrar, sino para reflexionar y hacer examen de conciencia, pidiendo humildemente al Espíritu Santo que podamos recuperar la unidad espiritual “para que el mundo crea”.
redaccion@yoinfluyo.com
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com