La crisis europea y la propuesta católica

Mucho se habla de la crisis de Europa. Sería mejor hablar de la crisis del modelo de Unión Europea suscrito por la burocracia de Bruselas, el cual poco tiene que ver con la propuesta de los padres fundadores como Adenauer, de Gasperi y Schumann. La evidencia se amontona: Gran Bretaña decide ir por su cuenta, el terrorismo no cesa, las finanzas no caminan. Sin embargo, la prueba más dura de que han extraviado el rumbo es la incapacidad para reproducirse, ni cultural, ni biológicamente.

La crisis tiene una de sus más dramáticas expresiones en los ataques terroristas que, si bien son reclamados como propios por el Estado Islámico, son perpetrados por ciudadanos europeos. Ante semejante tragedia, los políticos parecen confundidos y sólo atinan a dar respuestas burocráticas, es decir, retóricas y policiacas.

En notable contraste, justo en estos días, se celebra la Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia, Polonia, con la participación de cientos de miles de jóvenes católicos provenientes de todo el orbe. No sólo se trata de la reunión más grande del mundo en su tipo; también es la demostración fehaciente de que la Iglesia es un pueblo presente en cuantas culturas existen y que tan diversas personas pueden convivir con alegría. Así, mientras campea la confusión y el pasmo entre las élites políticas, intelectuales y burocráticas europeas; en Polonia se reúne la juventud para celebrar la esperanza. Parecen mundos distintos; pero son la misma Europa.

La Iglesia tiene una propuesta importante. Dos días antes de iniciar la JMJ en Cracovia un par de muchachos islamistas, ciudadanos franceses, irrumpieron en una iglesia católica al norte de Francia y, en plena liturgia de la comunión, degollaron al párroco Jacques Hamel, de 84 años, e hirieron seriamente a varios feligreses. En esta ocasión no hubo una avalancha de mensajes tuiteros, ni el Facebook se inundó de banderas francesas. No obstante, la mejor respuesta provino de la misma catolicidad.

Frente a este acto diseñado para ofender lo más sagrado de la religión católica y provocar la ira de los fieles justo en vísperas de la JMJ, los obispos franceses nos recordaron que los cristianos no estamos llamados al odio y la venganza, sino a crear la civilización del amor. En este sentido, los jóvenes reunidos en Polonia son la mejor y más contundente respuesta al terrorismo. Son hombres y mujeres constructores de un mundo de paz y justicia, porque ya son misioneros y discípulos de Jesús de Nazaret. Frente a la violencia, la justicia e incluso el martirio; ante el absurdo, la esperanza.

La Iglesia tiene una propuesta cierta para esta Europa aburrida, cansada y temerosa, representada por esa burocracia kafkiana de Bruselas. No es una propuesta ideológica, ni viene envuelta en ideas glamorosas, ni está presentada en sesudas iniciativas llenas de estadísticas. Tiene la simplicidad del Evangelio. Los europeos deben recuperar la memoria de su historia y ser leales a sí mismos, para volver a reconocerse en el luminoso espejo de millones de jóvenes dispuestos a dar razones de su esperanza. No hace falta ser católico, ni siquiera creyente, para entender y compartir esta sencilla verdad.

Bien lo ha recordado el Papa Francisco. Los polacos fueron capaces de resistir el terror de los nazis y derrotarlo. Después, pudieron confrontar al comunismo soviético hasta vencerlo y terminar con la Guerra Fría. Todo parece indicar que ahí mismo se está gestando el renacimiento europeo.

Francisco, quien viviera como un sencillo sacerdote jesuita, en su natal Buenos Aires, la primera Jornada Mundial de la Juventud convocada por Juan Pablo II; ahora encabeza en la patria de Wojtyla la alegría de millones de jóvenes, quienes prometen devolverle el corazón humano a Europa. No creo que sea casualidad. Los tiempos de Dios son perfectos.

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