El amor visto por Benedicto XVI

En la encíclica La caridad en la verdad(1) recuerda que “la caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza”(2). Ante esto, pienso que corremos el peligro de pasar demasiado de prisa por estas palabras, sin la consideración que merecen.

La caridad es un don, algo dado, regalado, de Dios para los hombres y es el don más grande. Lo que significaría que es más que la vida, mayor que la fortuna, superior a la inteligencia y a cualquier habilidad manual, artística y deportiva, simplemente el más grande. Pensándolo un poco se descubre que así es, sin amar y sin ser amado, todo, hasta lo más deseado, resulta amargo, sin complacencia. Y añade la encíclica “es nuestra esperanza”, haciéndonos una clara referencia a que no se termina aquí, sino en la bienaventuranza eterna.

Esa caridad la une a la verdad, pues -asegura- no es posible vivir un amor cierto, estando ajeno a la verdad, de otra forma esa caridad fácilmente “cae en mero sentimentalismo”(3) , vacío de Dios(4), y así, no es una caridad que valga la pena, pues ¿quién se conforma con un amor limitado y temporal? Si amor y felicidad son identificables, todos lo queremos ilimitado y eterno, cuando se busca o se obtiene alguno que sea limitado y temporal, en realidad se aprecia porque en el fondo existe una esperanza de que fuera ilimitado y eterno.

“Sin verdad, la caridad cae en un mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad. Es presa fácil de las emociones y las opiniones contingentes de los sujetos, una palabra de la que se abusa y que se distorsiona, terminando por significar lo contrario”(5).

También comenta el Papa: “los sentimientos van y vienen. Pueden ser una maravillosa chispa inicial, pero no son la totalidad del amor”(6) . Se deben purificar lograr que maduren mediante la abnegación; sólo así el sentimiento(7) “se convierte en amor en el pleno sentido de la palabra”(8).

Se explica aún más con las siguientes palabras del prelado del Opus Dei: “la verdadera caridad cristiana, participación de la que rebosa del corazón del Verbo encarnado, va empapada por el sacrificio; no busca la afirmación personal, sino el bien de los otros: y se configura como una tarea que nunca cabe considerar concluida: necesitamos aprender a querer, fijándonos en el ejemplo de Nuestro Señor, de la Santísima Virgen y de los santos que más han amado a Dios y al prójimo.

Sintamos la responsabilidad de comenzar y recomenzar en cada jornada, muchas veces al día, con detalles pequeños de servicio y de entrega a los demás –a veces en cosas de poca importancia- que los otros quizá no descubren, pero que no pasan inadvertidos a la mirada de nuestro Padre Dios”(9).

Una vida feliz está hecha de pequeños detalles de amor, que se traduce en servicio a quienes se ama. No es una fase conclusiva a la que se llega y a partir de la cual todo es felicidad; tampoco es como un abordaje que se conquista una sola ocasión y desde ahí  todo es distinto, sino que se parece mucho más a una sucesión de menudencias que comportan sacrificio e implican amor.
Basta pensar en la vida en familia, como cuando a alguien le acercan un vaso o una silla, se cambia de tema para no enfrentarse, se comentan cosas positivas, se pregunta a los demás cómo les ha ido, se lleva a la conversación un tema agradable, se cuenta un chiste, una anécdota divertida, se ayuda a realizar algo trabajoso, se ofrece lavar, arreglar, barrer, podar, sacar o meter algo necesario en la casa, y así una y otra vez, cada día y todos los días, y mientras pasan los años y transcurre la vida. Aunque no sólo ha de suceder en el ambiente familiar, también se ha de trasladar a la convivencia diaria, en la vida social.

La diferencia de realizar estas labores, por ejemplo, entre un auténtico cristiano y quien no lo es, suele ser lo que motiva a uno y otro el llevarlo a cabo. En el primero, independientemente de su conveniencia, es el amor a Dios lo que le mueve, en el segundo caso, será otro el motivo. En ambos es muy loable, aunque ¡qué difícil resulta en el segundo de los casos cuando no se siente ningún agrado al hacerlo!

Por eso, el Papa señala “en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me grada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esa otra persona, no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo”(10).

Además, si lo que mueve es el amor a Dios, siempre habrá motivo para vivirse y para hacerlo, incluso, en grado heroico, y no únicamente algunas veces y por convencionalismo social. Por eso se nos recuerda “el Señor pide que realicemos una siembra de comprensión y disculpa en los distintos ambientes de la sociedad. A esto llama a cada cristiano, eso espera de los hombres. Es posible esta siembra si nos mueve la caridad de Cristo, que sabe volver compatibles las diferencias de carácter, de educación, de cultura…”(11).

1 BENEDICTO XVI, Encíclica Caritas in veritate, 29-Jun-09

2 BENEDICTO XVI, Encíclica Caritas in veritate, 29-Jun-09, n° 2

3 BENEDICTO XVI, Encíclica Caritas in veritate, 29-Jun-09, n° 3

4 Cfr. BENEDICTO XVI, Encíclica Caritas in veritate, 29-Jun-09, nn° 3 y 4

5 BENEDICTO XVI, Encíclica Caritas in veritate, 29-Jun-09, n° 3

6 BENEDICTO XVI, Encíclica Deus caritas est, 25-Dic-05, n°17

7 ECHEVARRÍA, Javier, Carta mensual, 1-Feb-2012, p. 2

8 BENEDICTO XVI, Encíclica Deus caritas est, 25-Dic-05, n°17

9 ECHEVARRÍA, Javier, Carta mensual, 1-Feb-2012, p. 3

10 BENEDICTO XVI, Encíclica Deus caritas est, 25-Dic-05, n°18

11 ECHEVARRÍA, Javier, Carta mensual, 1-Feb-2012, p. 4

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