Vinieron personas de los lugares más inesperados, al menos para mí, como de Centro y Sudamérica, de Estados Unidos, etcétera. Días antes de este viaje apostólico, me llamó un amigo salvadoreño y me dijo:
“-Un grupo de “compas” y yo pensamos acompañar al Papa en todos sus recorridos. Tenemos dinero para ir a hoteles, pero ya no localizamos reservaciones. Así que iremos con nuestros “sleeping bags” y tiendas de campaña y acamparemos donde se pueda. ¡Pero no nos podemos perder esta ocasión histórica!”
Le comenté que sabía que vendrían numerosos jóvenes de prácticamente todos los estados de la República Mexicana y que, concretamente un grupo conocido mío, llegarían a unos almacenes donde se habían adaptado unas regaderas y, en plan rústico, pensaban pernoctar con “sleeping bags”. Y que tal vez allí se podrían alojar y a este amigo mío le proporcioné nombres y teléfonos para que se contactara con los coordinadores.
Y durante toda la estancia de Benedicto XVI en México, ¿a qué obedecieron todas esas manifestaciones de amor y de fe? En primer lugar, porque las miles de personas que lo pudieron saludar y los millones que siguieron su recorrido por televisión, sabían perfectamente que no veían sólo a un personaje internacionalmente conocido sino al Vicario de Cristo, es decir, al representante de Jesucristo en la tierra, al que hace las veces del Hijo de Dios Encarnado.
Y todos querían verlo, escucharlo y recibir su bendición. ¡Fue una auténtica fiesta de manifestación palpable de la fe!
Y contra esa incisiva propaganda en contra, desde que lo nombraron Papa, de que se trataba de una persona dura e inflexible, ¿qué fue lo que presenciamos? A un Santo Padre amable, cariñoso, sonriente, que derrochaba amor hacia todos, particularmente hacia los niños y los jóvenes, y transmitía la paz que sólo un hombre de Dios puede dar.
Cuando presenciaba esas impactantes escenas en los lugares por donde pasó el sucesor de san Pedro pensaba: -Sin duda, la gente tiene sed de Dios. Y venían a mi mente aquellas palabras de san Agustín que escribe en sus “Confesiones”: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti”.
En medio de la ola de violencia e inseguridad que azota a nuestro país; ante pseudoideologías que lanzan algunos medios de comunicación presentando una imagen reduccionista o deformada del ser humano, como es el materialismo hedonista; ante tanta desorientación por influencia de algunas sectas, es innegable que todos los hombres ansiamos la felicidad y tenemos una imperiosa necesidad de valores trascendentes y perdurables.
Benedicto XVI, desde que era Obispo en Alemania, quiso poner como lema de su escudo episcopal: “Colaborador de la verdad”. ¿Por qué? Porque en Dios se encuentra la Verdad con mayúscula. Y la misión de un Pastor es acercar a los fieles a esa comunión con su Creador, a ser un fiel instrumento divino para satisfacer esa nostalgia y anhelo de Dios, impreso en el corazón de cada mujer y de cada hombre.
Y a lo largo de su años como Pontífice somos testigos de que ha hablado siempre con la verdad y “puesto el dedo en la llaga” para aclarar ideas fundamentales, por ejemplo: acerca del relativismo, de la importancia de la familia, de que no se puede llamar matrimonio a la unión de homosexuales, del respeto a la vida del no nacido desde el momento de su concepción, de la necesidad de la ética en las relaciones internacionales y entre las comunidades, de la congruencia que debe haber entre lo que se piensa y lo que se hace en la vida cotidiana, de combatir con fortaleza y determinación los abusos de pederastia, de la conveniencia de terminar con las guerras, la violencia y preservar siempre la paz y el diálogo…
Quizá por eso algunos medios de comunicación insisten en atacarlo, pero tenemos, por fortuna, a un Romano Pontífice valiente y con firmes convicciones, que no se arredra ante los comentarios críticos ni campañas de prensa en su contra.
El Santo Padre nos ha comunicado palabras llenas de esperanza y fe, recordándonos que somos hijos de Dios, y que como Padre nunca nos abandonará a pesar de las adversidades personales, familiares o sociales.
Nos vino a dar mucha Luz al espíritu y me hizo recordar las palabras de nuestro Salvador cuando se presentó a Sí mismo como la luz que ilumina al mundo: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8, 12-20).
Me parece que, como agradecimiento a Benedicto XVI por esta visita pastoral a nuestro país, tomando además en cuenta que para realizar este viaje tuvo que vencer dificultades de salud y de su avanzada edad, pero más pudo su amor por México, debemos de rezar mucho más por él y por la importante misión que tiene encomendada de ser portador de la luz y la verdad.
A la vez, pedir también para que sus palabras y mensajes calen hondo en nuestros corazones y nos hagan realmente mejorar individualmente en nuestra vida diaria como seguidores de Cristo.
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