El Padre Trampitas, un preso voluntario en Islas María (2a parte)

Pablo el blasfemo

Son muchas las anécdotas sobre el Padre Trampitas que se cuentan en el penal de Islas Marías. Una de ellas es la conversión de Pablo, un hombre que durante 12 años se llenó la boca de blasfemias a la Virgen María, pero que se convirtió gracias a una alabanza comunitaria.

Contaba el propio sacerdote que en una ocasión, mientras un grupo de 40 hombres descansaba de su trabajo al lado del mar, él se les acercó y los invitó a cantar una alabanza. Ante la negación de los presos, un custodio los amenazó diciéndoles que el que no cantara se las iba a ver con él y además era un hijo de…

–“Oíste Pablo, ¿vas a cantar?”, preguntó el guardia, a lo que el hombre respondió: “Sí voy a cantar, pero sólo porque no quiero ser hijo de esa cosa”.

Los 40 hombres comenzaron a entonar la alabanza mientras el Padre Trampitas pedía a Dios, en secreto, que le ayudara con un milagro para que todos esos presos creyeran. Le ofreció al Señor sus propios sacrificios y las oraciones que muchas religiosas elevan por los internos de ese penal.

Cuando la alabanza terminó, Pablo estaba de rodillas con las manos en posición de oración. El sacerdote se le acercó y le preguntó qué tenía, que si le dolía algo, y éste respondió: “Me duele el alma, Padre… me duele el alma”, gritó.

–¿Quieres confesarte?, preguntó inmediatamente el Padre Trampitas.

–En caliente, respondió el preso.

Y así fue, se lo llevó a la sombra de un árbol y le pidió que se sentara, pero Pablo se negó: “no, Padre, así no, yo de rodillas y usted parado”. Y ahí empezó la conversión de aquel hombre, que desde entonces no pasaba un día sin bendecir a la Virgen Santísima y sin comulgar porque –cuenta– hizo su Primera Comunión.

Pancho Valentino, el matacuras

Fue un conocido luchador que mató a un sacerdote en la Colonia Roma. Cuando llegó a Islas Marías, se presentó así ante el Padre Trampitas:

–“Yo soy Pancho Valentino, el matacuras, ¿eh?”

–“Pues yo soy el Padre Trampas, mejor conocido como el que mata a los matacuras, y no te me enchueques porque te lleva…”

Por muchos años no se hablaron. Todas las mañanas el sacerdote pasaba cerca de aquel hombre y lo saludaba: –“Buenos días Pancho”, pero éste sólo le lanzaba una mirada despectiva y escupía al suelo.

Un 2 de enero, por la mañana, un preso fue en busca del Padre Trampitas para informarle que Pancho Valentino le había pedido que colaborara con él para asesinarlo, pero no había aceptado porque al sacerdote le debía la salud de su esposa y de su hijo.

–“Ándese con cuidado, Padre, Pancho lo quiere matar”.

Ese mismo día, después del toque de queda, a las 20:30 horas, el “matacuras” entró al cuarto del sacerdote y le ordenó que saliera. Éste lo siguió sin cuestionarlo seguro de que esa noche iba a morir. No hizo ningún intento por pedir auxilio, pues para él era un honor morir en la cárcel. Sólo le ofreció a Dios su vida por la salvación de los internos de aquel penal. “Que de algo sirva mi sangre, Señor”, dijo en secreto.

Finalmente llegaron hasta la capilla y entonces Pancho Valentino soltó una fuerte carcajada. Volteaba para todos lados con un rostro desfigurado, burlándose de las imágenes y del sacerdote.

Cansado de tantas blasfemias, el Padre Trampitas se armó de valor y le dijo: –“Así no, termina ya Pancho, ya sé a lo que vienes, mátame como mataste a mi hermano sacerdote hace exactamente 10 años”.

En ese momento, el rostro del preso quedó inmóvil y sus ojos se fijaron en la imagen de la Virgen de Guadalupe. Después de varios minutos, rompió extrañamente el silencio: –“Ya no Virgencita, ya no, por favor”, dijo y corrió hacia el Sagrario. Desesperado, golpeaba el piso y gritaba.

–“Ya no, ya no quiero matar, perdóname, Señor. Si quieres quítame la vida, pero perdóname, por favor, ya no quiero matar a otro cura”.

–Al día siguiente –contaba el mismo Padre Trampitas– Pancho Valentino se confesó y comulgó en Misa. Todos los días iba a la iglesia y participaba de las celebraciones… pero todo el tiempo de rodillas. Con los años, le apodaron “El loco” porque todo lo que hacía se lo ofrecía a Dios en sacrificio. Los viernes, sin falta, se iba a un cerro y subía y bajaba una cruz de 70 kilos hecha por él mismo con palo negro.

Hasta que el Señor lo llamó…

El preso Pimentel

Hubo un preso de apellido Pimentel que, después de durar 18 años en la prisión de Islas Marías, a sus 57 años de edad se ordenó sacerdote.

Decía al respecto el Padre Trampitas: –“Cuando ve uno esto, entonces se convence de que vale la pena todo el sufrimiento y el hambre que se pasa en un reclusorio”. Y contaba lo triste que fue para él aquella ocasión en que, a pesar de solicitar a la Secretaría de Gobernación el permiso para salir por unos días y poder vivir de cerca una de las visitas de Juan Pablo II, la autorización nunca llegó y se tuvo que resignar a quedarse en la Isla.

Sin embargo, solicitó a cambio un gran favor al director del Penal:

–“Le pedí que durante el tiempo que durara la estancia del Santo Padre en México no se trabajara en Islas Marías para que todos los presos pudieran seguir por televisión al Papa. Y el director me lo concedió. Los presos lloraban, aplaudían y hasta se arrodillaban cuando el Papa iba a dar la bendición”.

La despedida

El Padre Trampitas murió a los ochenta y tantos años de edad, tras dejar un legado de más de mil presos bautizados en Islas Marías.

Cuentan que, poco antes de morir, se acercó a él un preso que le apodaban “El Cerillo” y le preguntó:

–¿Qué está pensando Padre Trampitas?

–Pus que ya estoy muy viejo y que para poder morir tranquilo me gustaría que un sacerdote viniera a cubrirme. Pero no he podido conseguir un padre que viva y los quiera como yo. Que se sientan acompañados.

El Cerillo, levantó los ojos y mirándolo fijamente, con una profunda fe, le respondió:

–Mmm, Padrecito, me admira que siendo liebre, no sepas correr el llano. Tú mismo nos has dicho que Cristo nos ama con amor infinito, ¿verdad?

–Pues sí…

–Pues entonces cómo tisnados nos va a dejar solos. Seguramente ya está preparando a otro sacerdote para que venga aquí cuando tú te vayas. Lo más chistoso es que ese padrecito no se imagina siquiera que lo van a mandar para acá.

Los dos se echaron a reír…

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