El Padre Trampitas, un preso voluntario en Islas Marías (1a Parte)

Su testimonio dio la vuelta al mundo como un hombre de Dios que ofreció su vida por la salvación de cientos de presos.

Conocí al Padre Trampitas en 1982, en la Colonia Penal de las Islas Marías, donde prestó su servicio sacerdotal de manera voluntaria durante 30 años, sacrificando su libertad para vivir entre sentenciados a cárcel, aceptando él mismo ser uno más en prisión. “Sin ningún sueldo y sujeto a las leyes del cautiverio”.

El Padre Trampitas –apodado así cariñosamente por los colonos del penal– se llamaba Juan Manuel Martínez. Era un hombre alegre y bromista. Lo recuerdo como una persona delgada, pero vigorosa. Lo conocí junto al muelle de la isla, mientras el barco militar que transportaba los víveres hacía los últimos preparativos para zarpar.

En aquella ocasión fui como reportero –con permiso especial de las autoridades de la Secretaría de Gobernación– a fin de levantar algunas notas sobre la vida, la producción de alimentos en ese archipiélago ubicado en el Océano Pacífico y la captación de agua de lluvia para el autoconsumo.

Uno de los custodios señaló al sacerdote, quien se encontraba a pocos metros de distancia platicando con varios internos. El ambiente que tenían era cordial. La charla, sin duda, era amena, pues todos reían y estaban alegres.

Me acerqué al Padre Trampitas y me presenté para solicitarle una entrevista. Aceptó y me presentó a sus interlocutores: “… son un poco ladroncitos, un poco matoncitos, pero también son Hijos de Dios…”

El Padre Trampitas, antes de asumir con toda responsabilidad la vida religiosa, fue –según sus propias palabras– una especie de San Pablo, pero antes de que éste se convirtiera al Señor.

Juan Manuel Martínez, de joven, fue un fanático anticlerical. Apedreó a varios sacerdotes, incluso a un obispo, e intentó dinamitar una catedral; pero un día, al ver llorar a su madre, sintió el llamado de Cristo. Sobre todo cuando ella le dijo: “Te amo porque eres mi hijo, pero sufro mucho por tu actitud”.¡

En ese momento, Juan Manuel Martínez le hizo un juramento y cambió su forma de vida. Decidió ingresar a un seminario en Estados Unidos, pues en México era imposible que lo aceptaran por su conocida oposición a la Iglesia Católica.

Luego de haber sido ordenado, el Padre Trampitas regresó a México y voluntariamente quiso consagrar su vida a las personas que estaban privadas de su libertad por haber cometido delitos graves.

Durante la entrevista en Islas Marías, confió a un servidor varias anécdotas, entre ellas la que sería su última voluntad:

–Quiero que me entierren junto a “El Sapo”.

Se trataba de uno de los delincuentes más crueles y sanguinarios de su tiempo, a quien se le atribuían, sin comprobar, más de cien asesinatos, siendo su primera víctima un compañero de escuela a quien le clavó en el pecho un compás.

El sacerdote jesuita me platicó cómo “El Sapo” tuvo una conversión sincera cierto día en el que ambos coincidieron en el cementerio del penal, cerca de la tumba del mejor amigo de “El Sapo”, y donde el delincuente le dijo al Padre que quería confesarse. Ambos se sentaron sobre un sepulcro y al preguntarle cuáles eran sus pecados, “El Sapo” respondió: “Todos”.

Después de darle la absolución, el sacerdote le preguntó qué oraciones sabía rezar para dejarle una penitencia, a lo que “El Sapo” contestó: “ninguna”.

–“No te preocupes, yo haré la penitencia por ti, pero me gustaría que este domingo asistieras a Misa”, agregó el Padre Trampitas.

Desde aquel día –me platicó el sacerdote– “El Sapo” jamás faltó a Misa y ambos se volvieron grandes amigos. “Él aprendió a rezar”.

Cuando falleció el Padre Trampitas, fue sepultado cerca de la tumba de “El Sapo”, con lo que se cumplió su última voluntad.

Los caminos de Dios nos resultan extraños, pues Él permitió que el joven Juan Manuel Martínez fuera anticlerical para luego experimentar en carne propia los dones y valores de la conversión. Gracias a su experiencia, supo ser Buen Pastor para lograr el cambio de vida de incontables personajes a lo largo de tres décadas de ministerio al interior del penal.

“El Padre Trampitas ya está inventariado en las Islas”, comentó uno de los internos a un servidor. “Muchas personas que aquí estuvieron detenidas ya obtuvieron su libertad, pero el Padre sigue aquí, y aquí seguirá, como preso voluntario, porque en verdad que lo que él hace nadie más lo hará”.

En efecto, el Padre Trampitas, además de su misión sacerdotal, ayudó a que muchas personas y sus familias se adaptaran a un nuevo modelo de vida, pues en las colonias penitenciarias de la Isla Madre, los internos tienen la oportunidad de convivir con sus familiares, razón por la cual, las personas que son enviadas a este centro penitenciario, no deben tener en su historial delitos contra la familia.

El templo de Islas Marías no es muy grande. Se asemeja más a una pequeña capilla con su sacristía, pero en este lugar muchas personas han encontrado a Cristo.

 

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