La afirmación de san Pablo en el sentido de que si Jesús no hubiese resucitado nuestra fe sería vana tiene, como toda la Escritura, un sentido muy actual.
Lo absolutamente definitorio que es la muerte es quizá la certeza más profunda y antigua que los hombres como humanidad adquirimos, pronto hubo consciencia de lo irreversible que es morir. Su contraparte, la vida, sigue siendo un enigma. Ningún avance científico puede decirse que se aproxime a crear vida, eso está fuera del alcance de los hombres como no sea la procreación. Podemos matar de muchas formas, desde el mismo seno materno hasta en forma casi industrial como es con el poder nuclear, pero no podemos crear vida de forma artificial.
Mientras mayor consciencia hagamos de lo imposible que es volver a alguien a la vida, mayor es nuestro asombro ante el hecho de que Jesús, el Cristo, devolvió esta vida a los que quiso y tal como los profetas lo anunciaron y Él mismo lo dijo en vida, resucitó.
Para nosotros los cristianos y más señaladamente para los católicos lidereados por el legítimo sucesor de Pedro, a quien se entregó el cuidado del rebaño por Jesús mismo, hay una total claridad de que nuestra fe está soportada en un hecho de poder, de un PODER absolutamente superior a los hombres, el PODER de Dios, el Poder que puede volver a la vida a un hombre, verdadero hombre y verdadero Dios, y más aún a una vida extraordinaria, superior a la vida como la conocemos.
El conocimiento que del cosmos y de nosotros mismos hemos adquirido es grande, sin duda, tan grande que en muchos hombres alienta orgullo y lleva, nos lleva, a perder proporciones y olvidar que el poder que es este conocimiento, nuevamente sin duda grande para nuestra pequeñez, es una minucia, una nada frente al PODER de Dios.
Urge con esa fuerza que brota de la Pascua de Resurrección, proclamar sin reservas ese PODER de Dios sobre su creación, SU creación. Es verdaderamente risible observar cómo inmensos cuerpos celestes y galaxias obedecen las leyes que el Creador impuso y el hombre en su desproporcionada soberbia es capaz de retar esas leyes hasta la aberración.
La humanidad está urgida de escuchar el grito que proclame que la sociedad necesita acogerse al mandato del Resucitado, debemos amarnos cómo Él nos amó durante su extraordinaria visita a su creación. Amarnos así, es comunicarnos unos a otros la verdad sobre nuestra condición de creaturas que queremos conocer ¿para qué nos hizo el Creador?
El acto de amor que es la creación sólo se corresponde con otro acto de amor: dar gloria al Creador de forma expresa y viviendo de conformidad con sus mandatos.
Mandatos revelados a su pueblo escogido e identificados con humildad por hombres como Cicerón en la antigua Roma que señalaron que existe una Ley Natural.
No podemos negar que los abusos hechos entre hermanos a lo largo de los siglos han provocado en todas las épocas dolor y tragedia, dolor y tragedia que los que han sabido acaparar poder han infringido a los menos dotados. No podemos negar que un mal actuar de unos como en espejo provocó otro mal actuar de otros, la ira de los abusados. Una ira que en su estallar no tuvo acotaciones y en el colmo de la irracionalidad se volvió hasta contra Dios y sus leyes.
Esta ira desatada ha abierto llagas a lo largo de la Historia que no sanan porque los hombres no queremos ver ahora la verdadera medicina. La actual pandemia ha ahondado las miserias que nuestras sociedades vienen arrastrando desde hace bastantes años, miserias de las que no podremos salir si no proclamamos con valentía que la sociedad necesita volver a Dios.
Solemos clasificar nuestros problemas en económicos, políticos y una larga lista más de calificativos, eso puede ser útil para hablar sobre ellos, pero la verdadera solución es aceptar con humildad nuestra condición de creaturas y acogernos a las leyes que el Señor nos dio.
Necesitamos valentía para decir la vida sólo la otorga Dios y sólo la quita Dios, la Creación se nos encomendó para cultivarla no para abusarla, el hombre supera a la materia y ansía a su Creador aún en esta tierra, la sociedad es para los hombres y por ello debe trascender lo material y sujetarse a la Ley Natural.
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