Rosario Guadalupano: En lo oscuro de la noche, la luz de la oración

Cientos de personas se congregan en las escalinatas que conducen a la cumbre del Cerro del Tepeyac, van a rezar una oración centenaria pero de una manera diferente, un rosario de ocho “misterios”. Como cada día 12, desde hace casi siete años, Monseñor Eduardo Chávez encabeza el Rosario Guadalupano.

Frente al Bautisterio de la Villa de Guadalupe, comienza el ascenso, la multitud con sus velas y sus rosarios pero principalmente llenos de fe comienzan a desgranar Ave María tras Ave María, y la vista comienza a hacerse espectacular entre el atardecer, los cerros y la nueva Basílica iluminada.

La oración comienza meditando sobre el Bautismo, y con ello en la mente se inicia el ascenso al cerrito. En la cima, se inicia el segundo “misterio”, se reflexiona sobre la Eucaristía, recordando que María de Guadalupe nos da su Amor-Persona, Jesucristo. Frente a la escultura “La Ofrenda”, que cuenta con una fuente muy bella, se pide por los enfermos y difuntos, en este punto se reflexiona sobre la Unción de los Enfermos.

La peregrinación lleva, no podía ser de otra forma, una imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, y otra no tan común, que muestra su aparición a Juan Bernardino, tío de San Juan Diego, en la que le curó de su enfermedad y le comunicó su nombre, Guadalupe. Los portadores de esta imagen son vecinos de Tulpetlac, el sitio donde tuvo lugar esta aparición.

Frente la Iglesia de “El Pocito”, se recuerda el sacramento de la confirmación ya que el mensajero de la Virgen, quien durante un momento desvió su camino para buscar a un sacerdote que preparará a bien morir a su tío, le creyó a Nuestra Señora que ya había sanado.

Un poco más adelante se recuerda el sacramento del Matrimonio y Monseñor Chávez acostumbra hacer una invitación a todos los casados que puede relanzarlos en su camino familiar.

Los rostros iluminados por las velas, contrastantes con la oscuridad de la noche y la luz de la oración, permiten ver la humildad y sencillez de la personas congregadas por este Rosario, remarcando la naturaleza del mismo hecho Guadalupano.

En una de las partes más alejadas del Atrio de América, se recodó el Orden Sacerdotal y se pidió por las vocaciones; frente a la Basílica se reflexionó sobre el sacramento de la Reconciliación. Habiendo recorrido los siete sacramentos aún faltaba uno.

La siguiente estación evoca a un “último” sacramento, la Iglesia, que en términos del Concilio Vaticano II, es “sacramento de salvación”. Por supuesto que no se “inventa” un nuevo sacramento, se subraya la naturaleza de la Iglesia, y se detaca que María también se hace Iglesia.

Termina el recorrido en otra escalinata, la de la Plaza Mariana, y literamente culmina de tal foma que si todos hubieran ido juntos como una misma familia, como los que se reunen para las fiestas navideñas, para la boda o graduación de un primo que no se ve desde hace tiempo pero se quiere igual. Monseñor Chávez, Canónigo de la Basílica y Director del Instituto Superior de Estudios Guadalupanos, reparte bendiciones y rosarios, termina feliz como un niño y no es el único, quizás sea la razón, de que vengan a este Rosario desde Toluca, Ecatepec, Xochimilco e incluso Veracruz.

Cada mes y más aún cada día, la Señora del Cielo nos espera para allí donde quieren darnos a su Hijo, donde desea escuchar nuestro llanto, donde quiere sanar nuestras diferentes penas, miserias y dolores, su casita Sagrada.

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