“No odiar nunca” y ser artesanos de paz, pide Papa a jóvenes

Mensaje del Papa Francisco, en el Acto de Confesión de algunos jóvenes y comienzo de la Vigilia de Oración, en la Plaza de la Catedral, Bangui, República Centroafricana.

Primer Domingo de Adviento, 29 de noviembre de 2015.

Queridos jóvenes:

Les saludo a todos con afecto. El amigo, que ha hablado en nombre de todos, ha dicho que el símbolo de ustedes es el bananier, porque el bananier es un símbolo de la vida: siempre crece, siempre se reproduce, siempre da frutos que alimentan mucho. El bananier es también resistente. Creo que esto deja claro el camino que se les propone en este difícil momento de guerra, odio, división: el camino de la resistencia.

Su amigo decía que algunos de ustedes quieren irse. Pero escapar de los retos de la vida nunca es una solución. Es necesario resistir, tener el valor de la resistencia, de la lucha por el bien. Quien huye no tiene el valor de dar vida. El bananier da la vida y sigue reproduciéndose dando siempre más vida porque resiste, porque permanece, porque es ahí. Algunos de ustedes me preguntarán: «Pero Padre, ¿qué podemos hacer? ¿Cómo se hace para resistir?». Les diré dos o tres cosas que tal vez les sean útiles para resistir.

En primer lugar, la oración. La oración es poderosa. La oración vence al mal. La oración te acerca a Dios, que es el Todopoderoso. Les hago una pregunta: ¿Ustedes rezan? No oigo bien… [los jóvenes gritan: ¡«Sí»!]. No lo olviden.

Segundo: trabajar por la paz. Y la paz no es un documento que se firma y se queda ahí. La paz se hace todos los días. La paz es trabajo artesanal que se hace con las manos, que se hace con la propia vida. Alguno podría decirme: «Padre, dígame, ¿cómo puedo ser yo artesano de la paz?». En primer lugar, no odiar nunca. Y, si uno te hace algún mal, tratar de perdonar. Nada de odio. Mucho perdón. Digámoslo juntos: «Nada de odio. Mucho perdón» [todos lo repiten]. Y, si no tienes odio en tu corazón, si perdonas, serás un vencedor. Pues serás vencedor de la batalla más difícil de la vida, vencedor en el amor. Y por el amor viene la paz.

Ustedes, ¿quieren ser ganadores o perdedores en la vida? ¿Qué es lo que quieren? Y se vence solamente por el camino del amor, la senda del amor. Y, ¿se puede amar al enemigo? Sí. ¿Se puede perdonar a quien te ha hecho mal? Sí. Así, con el amor y el perdón, ustedes serán ganadores. Con amor serán ganadores en la vida y darán siempre vida. El amor jamás les hará perdedores.

Ahora les deseo lo mejor para ustedes. Piensen en el bananier. Piensen en la resistencia ante las dificultades. Huir, irse lejos no es una solución. Ustedes han de ser valientes. ¿Han entendido lo que significa ser valiente? Valientes para perdonar, valientes para amar, valientes para construir la paz. ¿De acuerdo? Digámoslo juntos: «Valiente en el amor, valiente en el perdón y valiente en construir» [todos lo repiten].

Queridos jóvenes centroafricanos, estoy muy contento de encontrarles. Hoy hemos abierto esta Puerta. Simboliza la Puerta de la Misericordia de Dios. Confíen en Dios. Porque él es misericordioso, él es amor, él es capaz de darnos la paz. Por eso les he dicho al principio que recen: hay que rezar para resistir, para amar, para no odiar, para ser artesanos de la paz.

 

Muchas gracias por su presencia. Ahora iré adentro para oír las confesiones de algunos de ustedes…

 

¿Están con el corazón dispuesto a resistir? ¿Sí o no? ¿Están con el corazón dispuesto a luchar por la paz? ¿Están con el corazón dispuesto para perdonar? ¿Están con el corazón dispuesto para la reconciliación? ¿Están con el corazón dispuesto a amar a este hermoso país? Y vuelvo al principio: ¿Están con el corazón dispuesto a rezar?

Y les pido también que recen por mí, para que sea un buen obispo, para que sea un buen Papa. ¿Me prometen que rezarán por mí?

Y ahora les impartiré la bendición, a ustedes y a sus familias. Una bendición pidiendo al Señor que les dé amor y la paz.

Buenas noches, y recen por mí.

 

Discurso preparado por el Santo Padre

 

Queridos jóvenes, queridos amigos:

Buenas tardes.

Me alegro mucho de encontrarles en esta tarde en que comenzamos con el Adviento un nuevo año litúrgico. ¿No es éste acaso el momento para una nueva salida, una ocasión para «pasar a la otra orilla» (cf. Lc 8,22)?

Agradezco a Evans las palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Durante nuestro encuentro administraré a alguno de ustedes el sacramento de la Reconciliación. Quisiera invitarles a que reflexionen sobre la grandeza de este sacramento en el que Dios viene a nuestro encuentro de un modo personal. Cada vez que se lo pedimos, Él viene con nosotros para hacer que «pasemos a la otra orilla», a esta orilla de nuestra vida en la que Dios nos perdona, derrama sobre nosotros su amor que cura, alivia y levanta. El Jubileo de la Misericordia, que hace apenas un momento he tenido la alegría de abrir especialmente para ustedes, queridos amigos centroafricanos y africanos, nos recuerda precisamente que Dios nos espera con los brazos abiertos, como nos lo sugiere la hermosa imagen del Padre que acoge al hijo pródigo.

En efecto, el perdón que hemos recibido nos consuela y nos permite recomenzar con el corazón lleno de confianza y en paz, capaces de vivir en armonía con nosotros mismos, con Dios y con los demás. Este perdón recibido nos permite también a su vez perdonar. Lo necesitamos siempre, especialmente en las situaciones de conflicto, de violencia, como las que ustedes experimentan con tanta frecuencia. Renuevo mi cercanía a todos los que han sido afectados por el dolor, la separación, las heridas provocadas por el odio y la guerra. En este contexto, resulta humanamente muy difícil perdonar a quien nos ha hecho daño. Pero Dios nos da fuerza y ánimo para convertirnos en esos artesanos de reconciliación y de paz que tanto necesita su país. El cristiano, discípulo de Cristo, camina siguiendo las huellas de su Maestro, que en la cruz pidió al Padre que perdonara a los que lo crucificaban (cf. Lc 23,34). ¡Qué lejos está este comportamiento de los sentimientos que con demasiada frecuencia tenemos en nuestro corazón…! Meditar esta actitud y esta palabra de Jesús: «Padre, perdónalos», nos ayudará a convertir nuestra mirada y nuestro corazón. Para muchos, es un escándalo que Dios se haya hecho hombre como nosotros. Es un escándalo que muriera en una cruz. Sí, un escándalo: el escándalo de la cruz. La cruz sigue provocando escándalo. Pero es la única vía segura: la de la cruz, la de Jesús, que vino a compartir nuestra vida para salvarnos del pecado (cf. Encuentro con los jóvenes argentinos, Catedral de Río de Janeiro, 25 julio 2013). Queridos amigos, esta cruz nos habla de la cercanía de Dios: Él está con nosotros, está con cada uno de ustedes en las alegrías como en los momentos de prueba.

Queridos jóvenes, el bien más valioso que podemos tener en la vida es nuestra relación con Dios. ¿Están convencidos de ello? ¿Son conscientes del valor inestimable que ustedes tienen a los ojos de Dios? ¿Saben que Él los ama y acoge incondicionalmente, así como son? (cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud 2015, 2). Lo conocerán mejor, y también ustedes se conocerán a sí mismos, si dedican tiempo a la oración, a la lectura de la Escritura, y especialmente del Evangelio. En efecto, los consejos de Jesús pueden iluminar también hoy sus sentimientos y opciones. Ustedes son entusiastas y generosos, en busca de un gran ideal, desean la verdad y la belleza. Los animo a que tengan el espíritu vigilante y crítico frente a cualquier compromiso contrario al mensaje del Evangelio. Les agradezco su dinamismo creativo, que tanto necesita la Iglesia. Cultívenlo. Sean testigos de la alegría que viene del encuentro con Jesús. Que ella los transforme, que haga su fe más fuerte, más sólida, para superar los temores y profundizar cada vez más en el proyecto de amor que Dios tiene para con ustedes. Dios quiere lo mejor para todos sus hijos. Quienes se dejan mirar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 1). Y aprenden a mirar en cambio al otro como a un hermano, a aceptar que sea diferente y a descubrir que es un don para ellos. Así es como se construye la paz cada día. Esto nos pide recorrer la vía del servicio y la humildad, estar atentos a las necesidades de los demás. Para entrar en esta lógica, hay que tener un corazón que sepa abajarse y compartir la vida de los más pobres. Esta es la verdadera caridad. De esta forma, a partir de las cosas pequeñas, crece la solidaridad y desaparecen los gérmenes de división. Y así es como el diálogo entre los creyentes da fruto, la fraternidad se vive día a día y ensancha el corazón, abriendo un futuro. De este modo, ustedes pueden hacer mucho bien a su país, y yo los animo a seguir adelante.

Queridos jóvenes, el Señor vive y camina a su lado. Cuando las dificultades parecen acumularse, cuando el dolor y la tristeza crecen alrededor de ustedes, Él no los abandona. Nos ha dejado el memorial de su amor: la Eucaristía y los sacramentos para proseguir en el camino, encontrando en ellos la fuerza para avanzar cada día. Esta ha de ser la fuente de su esperanza y de su valor para pasar a la otra orilla (cf. Lc 8,22) con Jesús, que abre caminos nuevos para ustedes y su generación, para sus familias y para su país. Rezo para que tengan esta esperanza. Aférrense a ella y la podrán dar a los demás, a nuestro mundo golpeado por las guerras, los conflictos, el mal y el pecado. No lo olviden: el Señor está con ustedes. Él confía en ustedes. Desea que sean sus discípulos-misioneros, sostenidos en los momentos de dificultad y de prueba por la oración de la Virgen María y de toda la Iglesia. Queridos jóvenes de Centroáfrica, vayan, yo los envío.

 

 

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