El sábado 2 de abril de 2005, a las 21:37 horas, tiempo de Roma, Juan Pablo II falleció en su habitación privada del Vaticano, tras un progresivo deterioro de su salud, sumiendo en la tristeza a millones de feligreses de todo el planeta, quienes no pudieron ocultar el llanto.
Había terminado así la vida del Papa Peregrino y se cerraba un pontificado que duró 26 años y medio (desde el 16 de octubre de 1978), un periodo que lo marcó como uno de los líderes más influyentes del siglo XX.
Fue el entonces portavoz de la Santa Sede, Joaquín Navarro Valls, quien confirmó la terrible noticia. El magno funeral se celebraría el viernes 8 de abril en la Basílica de San Pedro, tras intensos días de duelo y condolencias de todo el mundo, ante la asistencia de jefes de Estado y personalidades de todos los países, de todas las culturas y de todas las religiones.
La ventana de su habitación, en el tercer piso del Palacio Apostólico, se encendió de repente, dando así la señal para que los cardenales que se encontraban en la Plaza de San Pedro rezando el Rosario diesen la noticia a las más de 60 mil personas que se habían congregado allí para pasar con el Pontífice sus últimas horas.
Repicaron las campanas anunciando su muerte…
La noticia del fallecimiento fue acogida con inmensa pena y enorme conmoción entre los fieles. Como marca el ritual, a los pocos minutos comenzaron a repicar las campanas de la Basílica de San Pedro para anunciar al mundo la muerte del Papa Juan Pablo II.
El secretario de Estado vaticano, Angelo Sodano, entonó el “De Profundis”, para posteriormente recitar una plegaria ante los miles de fieles consternados. Después, los prelados que se encontraban en la escalinata de la Basílica de San Pedro invitaron al silencio para acompañar al Papa “en sus primeros pasos al cielo”.
Tras esos minutos de profundo silencio, muchos fieles contemplaban con incredulidad las ventanas del tercer piso del Palacio Apostólico del Vaticano, que continuaban iluminadas, mientras otros tantos preferían alejarse de la plaza sin hablar y con lágrimas en los ojos; otros más, se mantenían de rodillas, golpeando el suelo con los puños en un gesto de dolor.
El cardenal Camarlengo, el español Eduardo Martínez Somalo, tal y como marca la norma, hizo el reconocimiento oficial del Papa para confirmar su muerte. Un segundo funcionario, el maestro de Cámara, rompió el anillo de Pescador del Pontífice.
Junto al lecho de muerte del Papa se encontraban cinco cardenales: Joseph Ratzinger, decano del Colegio Cardenalicio; Angelo Sodano, Secretario de Estado del Vaticano; Camilo Ruini, Vicario de Roma; Giovanni Lajolo, secretario de Estado para las relaciones internacionales, y Eduardo Martínez Somalo, Camarlengo.
La muerte del Papa Juan Pablo II se suscitó durante la vigilia de la festividad de la Divina Misericordia, instituida por él mismo para honrar el culto impulsado por Santa Faustina Kowalska, una religiosa polaca canonizada por él y de la que el Pontífice se consideraba discípulo.
Su salud se había deteriorado
Su deceso ocurrió después de dos largos meses en los que su estado de salud había sido motivo de preocupación y ansiedad, y tras varios días de grave deterioro. A las 19.17 horas del jueves 31 de marzo, el Papa recibió el Santo Viático (la comunión reservada para los enfermos que están próximos a la muerte), luego de que en la tarde de ese día le había sido diagnosticada una infección en las vías urinarias, tras lo cual tuvo lugar un choque séptico con colapso cardiocirculatorio.
La última aparición pública de Juan Pablo II había sido el miércoles 30 de marzo de 2005, cuando se asomó a la ventana de sus aposentos para bendecir a los fieles. Aquel día, las personas que se congregaron en la Plaza de San Pedro de Roma pudieron ver al Papa muy deteriorado, quien en vano intentó hablar.
El 24 de febrero de ese año, Juan Pablo II había sido sometido a una traqueotomía. Volvió a sus estancias en el Vaticano el 13 de marzo, pero su estado de salud se deterioró y apareció muy fatigado en los actos de Semana Santa, donde apenas pudo pronunciar unas palabras a los fieles.
Para los mexicanos, en particular, aún resuenan en nuestros corazones las palabras que Juan Pablo II pronunció en su última visita a México: “Me voy, pero no me voy. Me voy, pero no me ausento, pues, aunque me voy, de corazón me quedo”.
@agtz3003
@yoinfluyo
agutierrez@yoinfluyo.com