Durante el Ángelus del 9 de noviembre el Papa Francisco dijo que hay que promover una cultura del encuentro que derribe muros y construya puentes, donde hay un muro hay un corazón cerrado.
Hacen falta puentes no muros, y es que el Papa recordó que hace 25 años cayó el muro de Berlín e hizo hincapié en el rol protagónico de Juan Pablo II, pues fue un sacrificio de vida de muchas personas.
“Hace 25 años, el 9 de noviembre de 1989, caía el Muro de Berlín… Entre esto, un papel protagonista tuvo San Juan Pablo II. Recemos para que, con la ayuda del Señor y la colaboración de todos los hombres de buena voluntad, se difunda cada vez más una cultura del encuentro, capaz de hacer caer todos los muros que todavía dividen el mundo, y que no suceda nunca más que personas inocentes son perseguidas y asesinadas a causa de su credo y de su religión”.
Francisco también recordó que en la fiesta de la Basílica mayor de San Juan de Letrán, Catedral del Obispo de Roma, se recuerda al primer templo en que los cristianos pudieron rezar públicamente y no en catacumbas.
Profesamos en la unidad de la fe el vínculo de comunión que todas las Iglesias locales tienen con la Iglesia de Roma y con su obispo, el sucesor de Pedro, dijo el Papa que es la madre de las Iglesias del mundo.
“La fiesta de la Dedicación de la Basílica Lateranense, invitándonos a meditar sobre la comunión de todas las Iglesias, por analogía nos estimula a comprometernos para que la humanidad pueda superar las fronteras de la enemistad y de la indiferencia, a construir puentes de comprensión y de diálogo, para hacer del mundo entero una familia de pueblos reconciliados entre ellos, fraternos y solidarios”.
Ángelus, Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
Hoy la liturgia nos recuerda la Dedicación de la Basílica Lateranense, la catedral de Roma, que la tradición define como la “madre de todas las iglesias del Urbe y de la Orbe”. Con el término “madre” nos referimos no tanto al edificio sacro de la Basílica como a la obra del Espíritu Santo que en este edificio se manifiesta, fructificando, mediante el ministerio del Obispo de Roma, en todas las comunidades que permanecen en unidad con la Iglesia que él preside.
Cada vez que celebramos la dedicación de una iglesia, se nos recuerda una verdad esencial: el templo material hecho de ladrillos es signo de la Iglesia viva que trabaja en la historia, es decir de aquel “templo espiritual”, como dice el Apóstol Pedro, de quien Cristo mismo “es piedra viva, rechazada por los hombres pero elegida y preciosa ante Dios (1Pe 2, 4-8). En fuerza del Bautismo, cada cristiano, como recuerda San Pablo, forma parte del “edificio de Dios” (1 Cor 3,9). El edificio espiritual, la Iglesia comunidad de los hombres santificados por la sangre de Cristo y por el Espíritu del Señor resucitado, nos pide a cada uno de nosotros ser coherentes con el don de la fe y llevar a cabo un camino de testimonio cristiano.
La Iglesia, en el origen de su vida y de su misión en el mundo, no ha sido otra que una comunidad constituida para confesar la fe en Jesucristo, Hijo de Dios y Redentor del hombre, una fe que obra por medio de la caridad. También hoy la Iglesia está llamada a ser en el mundo la comunidad que, enraizada en Cristo por medio del Bautismo, profesa con humildad y coraje la fe en Él, testificándola en la caridad. Para esta finalidad esencial deben ser ordenados también los elementos institucionales, las estructuras y los organismos pastorales.
La fiesta de la Dedicación de la Basílica Lateranense, invitándonos a meditar sobre la comunión de todas las Iglesias, por analogía nos estimula a comprometernos para que la humanidad pueda superar las fronteras de la enemistad y de la indiferencia, a construir puentes de comprensión y de diálogo, para hacer del mundo entero una familia de pueblos reconciliados entre ellos, fraternos y solidarios. De esta nueva humanidad la misma Iglesia es signo y anticipación, cuando vive y difunde con su testimonio el Evangelio, mensaje de esperanza y de reconciliación para todos los hombres.
Invoquemos la intercesión de María Santísima, para que nos ayude a convertirnos como ella en “casa de Dios”, templo vivo de su amor.
Queridos hermanos y hermanas,
Hace 25 años, el 9 de noviembre de 1989, caía el Muro de Berlín, que durante tanto tiempo cortó en dos la ciudad y fue el símbolo de la división ideológica de Europa y del mundo entero. La caída sucedió de improviso, pero fue posible gracias al largo y cansado compromiso de muchas personas que durante este tiempo lucharon, rezaron y sufrieron algunos hasta llegar al sacrificio de la vida. Entre esto, un papel protagonista tuvo San Juan Pablo II. Recemos para que, con la ayuda del Señor y la colaboración de todos los hombres de buena voluntad, se difunda cada vez más una cultura del encuentro, capaz de hacer caer todos los muros que todavía dividen el mundo, y que no suceda nunca más que personas inocentes son perseguidas y asesinadas a causa de su credo y de su religión.
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