Discurso del Santo Padre en el encuentro con los Obispos polacos

Catedral de Cracovia

Miércoles 27 de julio de 2016

 

Papa Francisco

Antes de comenzar el diálogo con las preguntas que habéis preparado, quisiera cumplir una obra de misericordia con todos vosotros, y sugerir otra. Sé que en estos días, con la Jornada de la Juventud, muchos habéis estado muy ocupados y no habéis podido asistir a las exequias del querido Monseñor Zimowski. Dar sepultura a los difuntos es una obra de caridad, y quisiera que ahora, todos juntos, rezáramos una oración por Monseñor Zygmund Zimowski, y que ésta sea una verdadera manifestación de caridad fraterna: dar sepultura a un hermano que ha muerto. Pater noster… Ave Maria… Gloria Patri… Requiem aeternam…

Y después, quisiera sugerir otra obra de misericordia. Sé que estáis preocupados por esto: nuestro querido cardenal Macharski, que está muy enfermo… Al menos acercarse, porque creo que no se puede entrar donde se encuentra, en estado de inconsciencia, pero al menos acercarse a la clínica, al hospital, y tocar el muro como diciendo: «Hermano, estoy contigo». Visitar a los enfermos es otra obra de misericordia. Yo también iré. Gracias.

Y, ahora, alguno de vosotros ha preparado las preguntas, al menos, las han hecho llegar. Estoy a vuestra disposición.

Monseñor Marek Jędraszewski

Santo Padre, parece que los fieles de la Iglesia católica, y en general todos los cristianos en Europa occidental, se van encontrando cada vez más en minoría en el ámbito de una cultura contemporánea ateo-liberal. En Polonia asistimos a una confrontación profunda, a una lucha enorme entre la fe en Dios, por un lado y, por el otro, un pensamiento y unos estilos de vida como si Dios no existiera. Según usted, Santo Padre, ¿qué actuaciones pastorales debería emprender la Iglesia católica en nuestro país para que el pueblo polaco permanezca fiel a su ya más que milenaria tradición cristiana? Gracias.

Papa Francisco

Excelencia, ¿usted es obispo de…?

Monseñor Marek Jędraszewski

De Łodź, donde ha comenzado el camino de santa Faustina, porque precisamente allí ha oído la llamada de Cristo para ir a Varsovia y hacerse monja, justamente en Łodź. La historia de su vida comenzó en mi ciudad.

Papa Francisco

Usted es un privilegiado.

Es verdad, la descristianización, la secularización del mundo moderno es fuerte. Muy fuerte. Pero alguno dice: Sí, es fuerte, pero se ven fenómenos de religiosidad, como si el sentido religioso se despertara. Y esto puede ser también un peligro. Creo que nosotros, en este mundo tan secularizado, corremos también otro peligro, el de la espiritualización gnóstica: esta secularización nos da la posibilidad de hacer crecer una vida espiritual un poco gnóstica. Recordemos que ha sido la primera herejía de la Iglesia: El apóstol san Juan ataca a los gnósticos –y ¡con qué fuerza!– en los que hay una espiritualidad subjetiva, sin Cristo. El problema más grave, para mí, de esta secularización es la descristianización: quitar a Cristo, quitar al Hijo. Yo rezo, escucho… y nada más. Esto es gnosticismo. Hay otra herejía también de moda en este momento, pero la dejo de lado porque su pregunta, Excelencia, va en esta dirección. Existe también un pelagianismo, pero esta la dejamos a parte, para hablar sobre ella en otro momento. Encontrar a Dios sin Cristo: un Dios sin Cristo, un pueblo sin Iglesia. ¿Por qué? Porque la Iglesia es la madre, es aquella que te da la vida, y Cristo es el hermano mayor, el Hijo del Padre, que hace referencia al Padre, que es quien te revela el nombre del Padre. Una Iglesia huérfana: el gnosticismo de hoy, puesto que es precisamente una descristianización, sin Cristo, nos lleva a una Iglesia, mejor dicho, a unos cristianos, a un pueblo huérfano. Y no debemos hacer sentir esto a nuestro pueblo.

¿Qué os aconsejaría yo? Me viene a la mente –pero creo que es la práctica del Evangelio, donde está precisamente la enseñanza del Señor– la cercanía. Hoy, nosotros siervos del Señor –obispos, sacerdotes, consagrados, laicos convencidos–, debemos ser cercanos al Pueblo de Dios. Sin cercanía hay solamente palabra sin carne. Pensemos –a mí me gusta pensar esto– a los dos pilares del Evangelio. ¿Cuáles son los dos pilares del Evangelio? Las Bienaventuranzas, y también Mateo 25, el «protocolo» con el cual todos nosotros seremos juzgados. Concreción. Cercanía. Tocar. Las obras de misericordia, bien sean corporales o espirituales. «Pero usted dice estas cosas porque está de moda hablar de la misericordia este año…». No. Es el Evangelio. El Evangelio, obras de misericordia. Está aquel herético, o ateo samaritano que se conmueve y hace lo que debe hacer, incluso arriesgando su dinero. Tocar. Está Jesús que estaba siempre con la gente, o con el Padre. O en oración solo con el Padre, o entre la gente, allí, con los discípulos. Cercanía. Tocar. Es la vida de Jesús… cuando él se conmovió a las puertas de la ciudad de Naín (cf. Lc 7,11-17), se conmovió, fue y tocó el ataúd diciendo: «No llores…». Cercanía. Y la cercanía es tocar la carne sufriente de Cristo. Y la Iglesia, la gloria de la Iglesia, son los mártires, ciertamente, pero son también muchos hombres y mujeres que han dejado todo y han pasado sus vidas en los hospitales, en las escuelas, con los niños, con los enfermos… Recuerdo que, en Centroáfrica, una religiosa, tenía 83/84 años, delgada, buena, con una niña… vino a saludarme: «Yo no soy de aquí, soy de la otra parte del río, del Congo, pero cada vez, una vez a la semana, vengo aquí a comprar, porque los precios son más convenientes». Me dijo la edad: 83/84 años. «Estoy aquí desde hace 23 años: soy enfermera obstétrica, he ayudado a nacer dos o tres mil niños…» –«Ah… ¿y viene aquí sola»? –«Sí, sí, venimos en canoa…». ¡Con 83 años! Con la canoa tardaba una hora y llegaba. Esta mujer –y como ella tantas otras– han dejado su país –es italiana, de Brescia– han dejado su país para tocar la carne de Cristo. Si nosotros vamos a estos países de misión, a la Amazonia, a América Latina, en los cementerios encontraremos las tumbas de tantos hombres y mujeres religiosos muertos jóvenes, porque no tenían los anticuerpos para las enfermedades de aquella tierra, y morían jóvenes.

Las obras de misericordia: tocar, enseñar, consolar, «perder el tiempo». Perder el tiempo. Me ha gustado mucho. Una vez, un señor que fue a confesarse y estaba en una situación que no podía recibir la absolución. Fue con un poco de miedo, porque había sido rechazado algunas veces: «No, no,… vete». El sacerdote lo escuchó, le explicó la situación y le dijo: «Pero tú, tú reza. Dios te ama. Yo te daré la bendición, pero tú regresa, ¿me lo prometes?». Este sacerdote, «perdía el tiempo» para atraer este hombre a los sacramentos. Esto se llama cercanía.

Y hablando con los obispos de cercanía, yo creo que debo hablar de la cercanía más importante: cercanía con los sacerdotes. El obispo debe estar siempre disponible para sus sacerdotes. Cuando estaba en Argentina escuché de los sacerdotes… –muchas, muchas veces, cuando iba a darles ejercicios, a mí me gustaba dar ejercicios–, y les decía: «Habla con tu obispo sobre esto…» –«Pero no, yo lo he llamado, la secretaria me dice: no, está muy, muy ocupado, pero te recibirá en tres meses». Este sacerdote se siente huérfano, sin padre, sin cercanía, y comienza a venirse abajo. Un obispo que ve en el folio de las llamadas, por la tarde, cuando vuelve, la llamada de un sacerdote, esa tarde o al día siguiente debe llamarle inmediatamente. «Sí, estoy ocupado, ¿pero es urgente?» –«No, no, pero pongámonos de acuerdo…». Que el sacerdote sienta que tiene un padre. Si nosotros retiramos la paternidad a los sacerdotes, no podemos pedirles que sean padres. Así, el sentido de la paternidad de Dios se aleja. La obra del Hijo es tocar las miserias humanas: espirituales y corporales. La cercanía. La obra del Padre: ser padre, ser obispo-padre.

Después, los jóvenes, porque se debe hablar de los jóvenes en estos días. Los jóvenes son «aburridos» porque vienen a decir siempre las mismas cosas, o decir «yo lo pienso así…», o también «la Iglesia debería…», y se necesita paciencia con los jóvenes. Cuando yo era un muchacho, conocí algunos sacerdotes: era en un tiempo en el que el confesionario era más frecuentado que ahora, pasaban horas escuchando, o los recibían en el despacho parroquial, para escuchar las mismas cosas… pero con paciencia. Y después, llevar a los jóvenes al campo, a la montaña… Pero pensad en san Juan Pablo II, ¿qué hacía él con los universitarios? Sí, enseñaba, pero después se iba con ellos a la montaña. Cercanía. Los escuchaba. Estaba con los jóvenes…

Y una última cosa quisiera subrayar, porque creo que el Señor me lo pide: los abuelos. Vosotros, que habéis sufrido el comunismo, el ateísmo, lo sabéis: han sido los abuelos, las abuelas quienes han salvado y transmitido la fe. Los abuelos tienen la memoria de un pueblo, tienen la memoria de la fe, la memoria de la Iglesia. No descartéis a los abuelos. En esta cultura del descarte, que precisamente está descristianizada, se descarta lo que no sirve, lo que no funciona. No, los abuelos son la memoria del pueblo, son la memoria de la fe. Y poner en relación a los jóvenes con los abuelos: también esto es cercanía. Ser cercanos y crear cercanía. Respondería así a esta pregunta. No existen recetas, pero tenemos que bajar a la realidad. Si esperamos que suene la llamada o que llamen a la puerta… No. Debemos salir a buscar, como el pastor que va a buscar a los descarriados. No sé, me viene esto. Simplemente.

Monseñor Sławoj Leszek Głódź (Arzobispo de Gdansk)

Querido Papa Francisco, nos sentimos especialmente agradecidos de que el Papa Francisco haya profundizado la enseñanza sobre la misericordia que san Juan Pablo II inició aquí en Cracovia. Todos sabemos que vivimos en un mundo dominado por la injusticia: los más ricos se hacen aún más ricos, y los pobres, más pobres; hay terrorismo, hay una ética y una moralidad liberales, sin Dios… Mi pregunta es: ¿Cómo aplicar la enseñanza sobre la misericordia y, sobre todo, a quién? El Santo Padre ha promovido una medicina que se llama «misericordina», que he adquirido: gracias por haberla promovido…

Papa Francisco

… Pero ahora viene la «misericordina plus»: es más fuerte.

Monseñor Sławoj Leszek Głódź

Sí, gracias por ese «plus». Nosotros tenemos el programa «plus», promovido también por el gobierno en favor de las familias numerosas. Este «plus» está de moda, ¿para quién y sobre todo, cómo? ¿Quién tendría que ser en primer lugar objeto de nuestra enseñanza sobre la misericordia? Gracias.

Papa Francisco

Gracias. Esto de la misericordia no es algo que se me haya ocurrido a mí. Es un proceso. Si nos fijamos, ya el beato Pablo VI se refirió a la misericordia. Luego, san Juan Pablo II ha sido el gigante de la misericordia con la Encíclica Dives in misericordia, la canonización de santa Faustina y, después, la octava de Pascua; murió la vigilia de ese día. Es un proceso que lleva años en la Iglesia. Se ve que el Señor pedía un despertar en la Iglesia de esa actitud de misericordia entre los fieles. Él es el Misericordioso que todo perdona.

Me llama mucho la atención un capitel medieval que se encuentra en la Basílica de santa María Magdalena de Vézelay, en Francia, donde inicia el Camino de Santiago. En ese capitel está, en una parte, Judas ahorcado, con los ojos abiertos y la lengua fuera; y, en la otra, el Buen Pastor que lo lleva consigo. Y, si nos fijamos con atención, vemos en el rostro del Buen Pastor que sus labios están tristes en una parte, mientras que en la otra, sonríen. La misericordia es un misterio, es un misterio. Es el misterio de Dios. Me hicieron una entrevista, de la que después salió un libro titulado El nombre de Dios es misericordia, pero es una expresión periodística; creo que se podría decir que Dios es el Padre misericordioso. Al menos, Jesús nos lo muestra así en el Evangelio. Castiga para convertir. Y luego, están las parábolas de la misericordia y el modo en que él quiso salvarnos… Cuando llegó la plenitud de los tiempos, hizo que el Hijo naciera de una mujer: nos salva con la carne, no a partir del miedo, sino de la carne. En este proceso de la Iglesia recibimos muchas gracias.

Y usted ve este mundo enfermo de injusticia, de falta de amor, de corrupción. Esto es verdad, es verdad. Hoy, en el avión, hablando de ese sacerdote octogenario que fue asesinado en Francia, señalaba, como desde hace tiempo estoy diciendo, que el mundo está en guerra, que estamos viviendo la tercera guerra mundial a trozos. Pensemos en Nigeria… Ideologías sí, pero, ¿cuál es la ideología de hoy, la que está justo en el centro y es madre de las corrupciones, de las guerras? La idolatría del dinero. El hombre y la mujer ya no están en la cima de la creación, allí se ha puesto el ídolo dinero; todo se compra y se vende por dinero. En el centro, el dinero. Se explota a la gente. ¿Y la trata de personas hoy? Ha sido siempre así, la crueldad. Hablé de este sentimiento a un Jefe de gobierno, y me dijo: «La crueldad ha existido siempre. El problema es que ahora la vemos en televisión, se ha acercado a nuestra vida». Pero es siempre esa crueldad. Matar por dinero. Explotar a la gente, exprimir la creación. Un Jefe de gobierno africano, elegido hace poco, me dijo en una audiencia conmigo: «Lo primero que hice en el gobierno fue reforestar el país, que había sido deforestado y arrasado». No cuidamos la creación. Y eso significa más pobres, más corrupción. Y qué decir cuando el 80% ―más o menos, mirad bien las estadísticas, y si no es el 80, será el 82 o el 78― de las riquezas está en manos del 20% de la gente. «Padre no hable así, que usted es comunista». No, no, son estadísticas.

Y ¿quién paga eso? Lo paga la gente, el Pueblo de Dios: las muchachas explotadas, los jóvenes sin trabajo. En Italia, de los 25 años para abajo, el 40% no tiene trabajo; en España, el 50%; en Croacia, el 47%. ¿Y por qué? Porque hay una economía líquida, que favorece la corrupción. Me comentaba escandalizado un buen católico, que había ido donde un amigo empresario que le dijo: «Te voy a enseñar cómo gano veinte mil dólares sin moverme de mi casa». Con el ordenador, desde California, compró no sé qué cosa, y se la vendió a China. En veinte minutos, en menos de veinte minutos, había ganado esos veinte mil dólares. Todo es líquido. Los jóvenes no tienen la cultura del trabajo, porque no tienen trabajo. La tierra está muerta porque ha sido explotada sin sabiduría. Y así vamos. ¿Por qué se sobrecalienta el mundo? Porque tenemos que ganar. La ganancia. «Hemos caído en la idolatría del dinero». Me lo dijo un Embajador cuando vino a presentar las Credenciales. Es una idolatría.

La Divina Misericordia es el testimonio, el testimonio de mucha gente, de muchos hombres y mujeres, laicos, jóvenes, que se ponen manos a la obra. En Italia, por ejemplo, el cooperativismo. Sí, hay algunos que se pasan de listos; pero se hace siempre el bien, se hacen cosas buenas. Luego, las instituciones para curar a los enfermos, organizaciones fuertes y dinámicas. Ir por ese camino, trabajar para que la dignidad humana crezca. Pero es cierto lo que usted dice. Vivimos un analfabetismo religioso, hasta el punto de que en algunos santuarios del mundo las cosas se confunden: se va para rezar, hay tiendas donde se compran artículos de piedad, rosarios, y algunas venden objetos de superstición, porque se busca la salvación en la superstición, en el analfabetismo religioso, en ese relativismo que confunde una cosa con otra. Y es ahí donde se necesita la catequesis, la catequesis de vida. Catequesis que no consiste sólo en dar nociones, sino en acompañar en el camino. Acompañar es una de las actitudes más importantes.

Acompañar el crecimiento de la fe. Es un trabajo grande, y los jóvenes esperan esto. Los jóvenes lo esperan. «Sí, pero si yo comienzo a hablar, se aburren». Entonces, ponles una tarea. Diles que durante sus vacaciones vayan 15 días a ayudar a construir casas sencillas para los pobres, o a hacer cualquier otra cosa. Que comiencen a sentirse útiles. Y deja caer ahí la semilla de Dios. Lentamente. Sólo con palabras, la cosa no funciona. El analfabetismo religioso actual hemos de afrontarlo con tres lenguajes, con tres lenguas: la lengua de la mente, la lengua del corazón y la lengua de las manos. Las tres de modo armónico.

No sé… estoy hablando demasiado. Son ideas que les doy. Ustedes, con su prudencia, sabrán qué hacer. Pero siempre con una Iglesia en salida. Una vez me atreví a decir que en el Apocalipsis está aquel versículo que dice «Estoy de pie a la puerta y llamo» (3,20); el Señor llama a la puerta, pero me pregunto cuántas veces llama él a la puerta, pero desde dentro, para que le abramos y pueda salir con nosotros a llevar el Evangelio afuera. No encerrados, sino afuera. Salir, salir. Gracias.

Monseñor Leszek Leskkiewicz (Obispo auxiliar de Tarnów)

Santo Padre, nuestra labor pastoral se basa sobre todo en el modelo tradicional de comunidad parroquial, configurada por la vida sacramental. Un modelo que aquí sigue dando frutos. Sin embargo, nos damos cuenta de que también aquí, entre nosotros, las condiciones y las circunstancias de la vida cotidiana cambian rápidamente y exigen de la Iglesia nuevas formas pastorales. Los Pastores y los fieles se parecen un poco a aquellos discípulos que, escuchando, hacen muchas cosas, pero que no siempre saben aprovechar el dinamismo misionero interior y exterior de las comunidades eclesiales. Santo Padre, usted, en la Evangelii gaudium, habla de discípulos misioneros que llevan con entusiasmo la Buena Noticia al mundo de hoy. ¿En qué nos anima? ¿En qué nos anima para que podamos construir de manera fructífera, fecunda, gozosa y con dinamismo misionero la comunidad de la Iglesia en nuestro mundo?

Papa Francisco

Gracias. Quisiera subrayar una cosa: la parroquia es siempre válida. La parroquia debe permanecer: es una estructura que no debemos tirar por la borda. La parroquia es precisamente la casa del Pueblo de Dios, esa donde vive. El problema está en cómo la oriento. Hay parroquias con secretarias parroquiales que parecen «discípulas de satanás», que espantan a la gente. Parroquias con las puertas cerradas. Pero hay también parroquias con las puertas abiertas, parroquias donde, cuando viene alguien a preguntar, se dice: «Sí, sí…, se acomode. ¿Cuál es el problema?». Y se escucha con paciencia, porque cuidar del Pueblo de Dios es fatigoso, es fatigoso.

Un buen profesor universitario, un jesuita que conocí en Buenos Aires, cuando se jubiló pidió al Provincial ir como párroco a un barrio para realizar esta otra experiencia. Una vez a la semana venía a la Facultad –dependía de esa comunidad– y un día me dice: «Di a tu profesor de eclesiología que en su tratado faltan dos tesis» –¿cuáles? – «La primera: el Pueblo santo de Dios es esencialmente cargante. Y la segunda: el Pueblo santo de Dios, ontológicamente, hace lo que le parece mejor. Y esto cansa».

Hoy, ser párroco es fatigoso: llevar adelante una parroquia es cansado, en este mundo de hoy con tantos problemas. El Señor nos ha llamado para que nos cansemos un poquito, para trabajar y no para descansar. La parroquia cansa cuando está bien planteada. La renovación de la parroquia es una de las cosas que los obispos deben vigilar siempre: ¿Cómo funciona esta parroquia? ¿Qué haces? ¿Cómo va la catequesis? ¿Cómo la enseñas? ¿Está abierta? Y así muchas cosas.

Pienso en una parroquia en Buenos Aires; cuando los novios llegaban: «Nosotros quisiéramos casarnos aquí». «Sí, –decía la secretaria–, estos son los precios». Esto no funciona, así una parroquia no funciona. ¿Cómo se acogen a las personas? ¿Cómo se las escucha? ¿Hay alguien siempre en el confesionario? En las parroquias –no las de barrios pequeños, sino las que están en el centro, en las grandes avenidas–, si hay un confesionario con la luz encendida, la gente va siempre. Siempre. Una parroquia acogedora. Nosotros, obispos, debemos preguntar esto a los sacerdotes: «¿Cómo va tu parroquia? Y tú, ¿sales? ¿Visitas a los encarcelados, a los enfermos, a las ancianas? Y ¿qué haces con los niños? ¿Cómo los haces jugar y cómo llevas adelante el oratorio? Es una de las grandes instituciones parroquiales, al menos en Italia. El oratorio: allí los jóvenes juegan y se habla con ellos, se da un poco de catequesis. Regresan a casa cansados, contentos y con una semilla buena.

La parroquia es importante. Alguien dice que la parroquia ya no sirve, porque hoy es la hora de los movimientos. Esto no es verdad. Los movimientos ayudan, pero los movimientos no deben ser una alternativa a la parroquia: deben ayudar en la parroquia, llevar adelante la parroquia, como existe la Congregación Mariana, la Acción Católica y tantas realidades. ¿Buscar la novedad y cambiar la estructura parroquial? Lo que os digo podrá parecer quizás una herejía, pero es como lo vivo: creo que sea una cosa análoga a la estructura episcopal, es diferente, pero análoga. La parroquia no se toca: debe permanecer como un puesto de creatividad, de referencia, de maternidad y todas esas cosas. Y actuar en ella esa capacidad inventiva; cuando una parroquia va adelante así se realiza lo que –a propósito de los discípulos misioneros– llamo «parroquia en salida».

Por ejemplo, pienso en una parroquia –un ejemplo bonito que después ha sido imitado por muchos– en un país que no había la costumbre de bautizar a los niños, porque no se tenía dinero; pero ante la fiesta patronal, se inician los preparativos 3 o 4 meses antes, con la visita a las casas y allí se comprueba cuántos niños no están bautizados. Se prepara a las familias y uno de los actos de la fiesta patronal es el bautizo de 30-40 niños que, de otro modo, habrían quedado sin bautizar. Inventar cosas semejantes.

La gente no se casa por la Iglesia. Estoy pensando en una reunión de sacerdotes; uno se levantó y dijo: «¿Has pensado porqué? Dio muchas razones que nosotros compartimos: la cultura actual, y así sucesivamente. Pero hay un buen grupo de gente que no se casa porque hoy casarse cuesta. Cuesta. Cuesta por todo, la fiesta… Es un acto social. Porque en Argentina hay dos matrimonios: se debe ir siempre al civil y allí se hace el matrimonio civil, y después si se quiere se va al templo de tu religión para casarte. Alguno –muchos– no vienen para casarse porque no tienen dinero para hacer una fiesta grande. Pero los sacerdotes que tienen un poco de ingenio, dicen: «No, no. Yo te espero». En ese día, en el civil se casa a las 11:00-12:00-13:00-14:00: ese día no echo la siesta. Después del matrimonio civil vienen a la iglesia, se casan y van en paz.

Inventar, buscar, salir, buscar a la gente, ponerse en las dificultades de la gente. Pero una parroquia-oficina hoy no funciona. La gente no es disciplinada. Vosotros tenéis un pueblo disciplinado, y esta es una gracia de Dios. Pero en general no es disciplinada. Pienso en mi tierra: la gente, si no vas a buscarla, si no te acercas, no viene. Esto es el discípulo misionero, la parroquia en salida. Salir para buscar, como ha hecho Dios, que ha enviado a su Hijo para buscarnos.

No sé si es una respuesta simplista, pero no tengo otra. No soy un pastoralista iluminado, digo lo que me viene.

Monseñor Krzysztof Zadarko (Obispo auxiliar de Koszalin-Kołobrzeg)

Santo Padre, uno de los problemas más angustiosos que afronta la Europa de hoy es la cuestión de los refugiados. ¿Cómo podemos ayudarlos, dado que son muy numerosos? Y ¿qué podemos hacer para superar el miedo de una invasión o agresión, que paraliza a toda la sociedad?

Papa Francisco

Gracias. El problema de los refugiados. No en todos los tiempos los refugiados eran como hoy. Decimos emigrantes y refugiados, los consideramos conjuntamente. Mi papá es un emigrante. Yo decía al Presidente [de Polonia] que, en la empresa donde él trabajaba, había muchos emigrantes polacos, en la postguerra, cuando yo era niño y conocí a muchos. Mi tierra es una tierra de emigrantes, todos. Allí no había problemas; eran ciertamente otros tiempos. Hoy, ¿por qué hay tanta emigración? No hablo de la emigración de la propia patria hacia el extranjero: ésta es por falta de trabajo. Está claro que van a buscar trabajo fuera. Esto es un problema de casa, que también vosotros tenéis un poco. Hablo de los que vienen a nosotros: huyen de guerras, del hambre. El problema está allí. Y ¿por qué el problema está allí? Porque en esa tierra hay una explotación de la gente, hay una explotación de la tierra, hay una explotación para ganar más dinero.

Hablando con economistas mundiales, que ven este problema, dicen: debemos invertir en esos países; haciendo inversiones tendrán trabajo y no tendrán necesidad de emigrar. Pero también hay guerras. La guerra de las tribus, algunas guerras ideológicas o algunas guerras artificiales, preparadas por los traficantes de armas, que viven de esto: te dan las armas a ti, que estás contra aquellos; y a aquellos que están contra ti. Así viven ellos. La corrupción es verdaderamente el origen de la emigración.

¿Qué hacer? Creo que cada país debe ver cómo y cuándo: no todos los países son iguales; no todos los países tienen las mismas posibilidades. Pero sí tienen la posibilidad de ser generosos. Generosos como cristianos. No podemos invertir allí, pero para los que vienen… ¿Cuántos y cómo? No se puede dar una respuesta universal, porque la acogida depende de la situación de cada País y también de la cultura. Pero ciertamente se pueden hacer muchas cosas. Por ejemplo la oración: una vez por semana, la oración ante el Santísimo Sacramento con una oración para quienes llaman a la puerta de Europa y no logran entrar. Algunos lo logran, pero otros no. Después entra uno y emprende un camino que genera miedo. Hay países que han sabido integrar bien a los emigrantes desde hace años. Han sabido integrarlos bien. En otros, desgraciadamente, se han formado como guetos. Se debe hacer toda una reforma, a nivel mundial, sobre este compromiso, sobre la acogida. De todos modos, es un aspecto relativo: absoluto es el corazón abierto para acoger. Esto es lo absoluto. Con la oración, la intercesión, hacer lo que puedo. Relativo es el modo cómo lo puedo hacer: no todos lo pueden hacer de la misma manera. Pero el problema es mundial. La explotación de la creación, y la explotación de las personas. Estamos viviendo un momento de aniquilación del hombre como imagen de Dios.

Quisiera concluir aquí con este aspecto, porque detrás de esto hay ideologías. En Europa, América, América Latina, África, en algunos países de Asia, hay verdaderas colonizaciones ideológicas. Y una de éstas –lo digo claramente con «nombre y apellido»– es el “gender” (la ideología de género). Hoy a los niños –a los niños– en la escuela se enseña esto: que cada uno puede elegir el sexo. ¿Por qué enseñan esto? Porque los libros son los de las personas y de las instituciones que dan el dinero. Son las colonizaciones ideológicas, sostenidas también por países muy influyentes. Y esto es terrible. Hablando con el Papa Benedicto, que está bien y tiene un pensamiento claro, me decía: «Santidad, esta es la época del pecado contra Dios creador». Es inteligente. Dios ha creado al hombre y a la mujer; Dios ha creado al mundo así, así, y nosotros estamos haciendo lo contrario. Dios nos dio un estado «inculto» para que nosotros lo transformáramos en cultura; y después, con esta cultura, hacemos cosas que nos devuelven al estado «inculto». Lo que ha dicho el Papa Benedicto tenemos que pensarlo: «Es la época del pecado contra Dios creador». Esto nos ayudará.

Pero tú, Krzysztof, me dirás: «¿Qué tiene que ver esto con los emigrantes?». Está un poco en el contexto. Sobre los emigrantes diré: el problema está allí, en su tierra. Pero, ¿cómo los acogemos? Cada uno debe ver cómo. Pero todos podemos tener el corazón abierto y pensar en hacer una hora en las parroquias, una hora a la semana, de adoración y de oración por los emigrantes. La oración mueve montañas.

Estas eran las cuatro preguntas. No sé. Perdonadme si he hablado mucho, pero la sangre italiana me traiciona.

Muchas gracias por la acogida y esperemos que estos días nos llenen de alegría: de alegría, de gran alegría. Y rezamos a la Virgen, que es Madre y que nos lleva siempre de la mano.

Salve Regina…

Y no olvidar: los abuelos son la memoria de un pueblo.

 

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