En la Plaza de San Pedro el Santo Padre en el rezo del Ángelus, nos recordó que no debemos olvidar que el bautismo no es solamente un dato de registro civil, sino es el agua de la vida eterna.
Papa Francisco.- Queridos hermanos, el agua que dona la vida eterna ha sido esparcida en nuestros corazones en el día de nuestro Bautismo; entonces Dios nos ha transformado y llenado de su gracia. Pero puede darse que este gran don lo hayamos olvidado, o reducido en un mero dato del registro civil; y quizás vamos a la búsqueda de “pozos” cuyas aguas no nos sacian la sed.
También explicó que en este tiempo de Cuaresma deberíamos acercarnos a Él para ver su rostro y también el rostro de un hermano o hermana sufriente.
Papa Francisco.- Este tiempo de Cuaresma es la ocasión buena para acercarnos a Él, encontrarlo en la oración en un diálogo corazón a corazón, hablar con él, escucharlo, es la ocasión buena para ver su rostro también en el rostro de un hermano o de una hermana sufriente.
Por concluir, el Santo Padre nos recuerda que la Virgen nos ayuda a tomar constantemente la gracia de nuestro Cristo Salvador y anunciar con alegria el amor de Dios.
Papa Francisco.- Que la Virgen María nos ayude a tomar constantemente de la gracia, a aquella agua que brota de la roca que es Cristo Salvador, para que podamos profesar con convicción nuestra fe y anunciar con alegría las maravillas del amor de Dios, misericordioso y fuente de todo bien.
Texto completo:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo, tercero de Cuaresma, nos presenta el diálogo de Jesús con la Samaritana. El encuentro sucedió mientras Jesús atravesaba Samaria, región entre Judea y Galilea, habitada por gente que los judíos despreciaban, considerándola cismática y herética.
Pero precisamente esta población será una de las primeras en adherir a la predicación cristiana de los Apóstoles. Mientras los discípulos van a la aldea a procurarse algo de comer, Jesús se queda en un pozo y pide que le de beber a una mujer, que había ido allí para sacar el agua. Y de este pedido comienza un diálogo. ¿Cómo es que un judío se digna de preguntar algo a una samaritana? Jesús responde: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’, tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva”. Un agua que sacia toda sed y que se transforma en fuente inagotable en el corazón de quien la bebe.
Ir al pozo a sacar agua es fatigoso y aburrido; ¡sería bello tener a disposición una fuente fluyente! Pero Jesús habla de un agua diversa. Cuando la mujer se da cuenta que el hombre con el que está hablando es un profeta, le confía la propia vida y le presenta cuestiones religiosas. Su sed de afecto y de vida plena no ha sido apagada por los cinco maridos que ha tenido, es más, ha experimentado desilusiones y engaños. Por eso la mujer queda impresionada por el gran respeto que Jesús tiene por ella y cuando Él le habla incluso de la verdadera fe, como relación con Dios Padre “en espíritu y en verdad”, entonces intuye que aquel hombre podría ser el Mesías y Jesús – cosa rarísima – lo confirma: “Soy yo, el que habla contigo”. Él dice de ser el Mesías a una mujer que tenía una vida así desordenada.
Queridos hermanos, el agua que dona la vida eterna ha sido esparcida en nuestros corazones en el día de nuestro Bautismo; entonces Dios nos ha transformado y llenado de su gracia. Pero puede darse que este gran don lo hayamos olvidado, o reducido en un mero dato del registro civil; y quizás vamos a la búsqueda de “pozos” cuyas aguas no nos sacian la sed. Cuando olvidamos la verdadera agua, vamos a la búsqueda de pozos que no tienen agua limpia. Entonces ¡este Evangelio es precisamente para nosotros! No sólo para la Samaritana, ¡es para nosotros! Jesús nos habla como a la Samaritana. Cierto, nosotros ya lo conocemos, pero quizás todavía no lo hemos encontrado personalmente. Sabemos quién es Jesús, pero quizás no lo hemos encontrado personalmente, hablando con Él, y todavía no lo hemos reconocido como nuestro Salvador. Este tiempo de Cuaresma es la ocasión buena para acercarnos a Él, encontrarlo en la oración en un diálogo corazón a corazón, hablar con él, escucharlo, es la ocasión buena para ver su rostro también en el rostro de un hermano o de una hermana sufriente.
De este modo podemos renovar en nosotros la gracia del Bautismo, refrescarnos en la fuente de la Palabra de Dios y de su Santo Espíritu; y así descubrir también la alegría de volvernos artífices de reconciliación e instrumentos de paz en la vida cotidiana.
Que la Virgen María nos ayude a tomar constantemente de la gracia, a aquella agua que brota de la roca que es Cristo Salvador, para que podamos profesar con convicción nuestra fe y anunciar con alegría las maravillas del amor de Dios, misericordioso y fuente de todo bien.
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