En pleno siglo XXI, la miseria sigue siendo el signo predominante del mundo en el que vivimos, pese a que, según ciertos filósofos y economistas, con la Ilustración que liberaría al hombre por medio de la razón de todos sus mitos y el desarrollo de la ciencia y la tecnología llegaría la solución a todos los problemas, las desigualdades se manifiestan cada vez mayores en gran parte del planeta, y aun en las regiones más desarrolladas los problemas amenazan cada vez más con derrumbar el llamado orden económico actual.
Las corrientes capitalistas o neoliberales han demostrado su incapacidad para equilibrar el desarrollo económico a nivel mundial, y su contraparte, las corrientes de izquierda socialistas, han hecho patente que el supuesto remedio y contrapeso al mundo del capital resultó peor en todos aspectos, ya que no produjo el desarrollo esperado y además creó regímenes donde las libertades casi siempre se suprimen a nombre de un líder carismático que se convierte después en un dictador.
La Iglesia, preocupada por estas formas de concebir el mundo económico, que en el fondo son iguales porque se basan en un materialismo descarnado, ha trabajado por lo que se conoce como la “Doctrina Social de la Iglesia” que, basada en la dignidad de la persona, habla más de principios que de recetas concretas, y que se inició con el Papa León XIII, en su Encíclica Rerum novarum.
Los Papas subsecuentes se han ocupado del problema, sobre todo Juan Pablo II que vivió la opresión del socialismo, Benedicto XVI que sufrió los horrores de la guerra y ahora el Papa Francisco que viene del llamado tercer mundo donde las disparidades económicas son escandalosas.
Por ello, me ha parecido muy importante compartir algunas reflexiones del Papa Francisco sobre el tema, que ha dicho, refiriéndose al trabajo, que “no puede ser tratado como una mercancía, porque posee su propia dignidad y valor", en una carta que envió en ocasión de la celebración de la Conferencia de la Organización Internacional del Trabajo, y después durante una visita al recibir a los empleados y directivos de la Fábrica de Aceros Especiales de la ciudad italiana de Terni (a los que acompañaba el obispo de esa diócesis y un grupo de fieles) con motivo del 150 aniversario de la fundación de esa industria.
“Es necesario reafirmar, dijo el Pontífice, que el trabajo es una realidad esencial para la sociedad, para las familias y para los individuos, y que su principal valor es el bien de la persona humana, ya que la realiza como tal, con sus actitudes y sus capacidades intelectuales, creativas y manuales”.
“De esto se deriva que el trabajo no tenga sólo un fin económico y de beneficios, sino ante todo un fin que atañe al hombre y a su dignidad. ¡Y si no hay trabajo esa dignidad está herida! Cualquier persona sin empleo o subempleada corre, de hecho, el peligro de que la sitúen al margen de la sociedad y de convertirse así en una víctima de la exclusión social”.
Anteriormente, durante la misa que conmemoraba a San José obrero en su homilía, puntualizaba:
¡El trabajo nos da la dignidad! Quien trabaja es digno, tiene una dignidad especial, una dignidad de persona: el hombre y la mujer que trabajan son dignos. En cambio, los que no trabajan no tienen esta dignidad. Pero tantos son aquellos que quieren trabajar y no pueden. Esto es un peso para nuestra conciencia, porque cuando la sociedad está organizada de tal modo, que no todos tienen la posibilidad de trabajar, de estar unidos por la dignidad del trabajo, esa sociedad no va bien: ¡no es justa! Va contra el mismo Dios, que ha querido que nuestra dignidad comience desde aquí”.
“La dignidad (prosiguió diciendo el Papa) no nos la da el poder, el dinero, la cultura, ¡no! ¡La dignidad nos la da el trabajo!”. Y un trabajo digno, porque hoy “tantos sistemas sociales, políticos y económicos han hecho una elección que significa explotar a la persona”.
“No pagar lo justo, no dar trabajo, porque sólo se ven los balances, los balances de la empresa; sólo se ve cuánto puedo provecho puedo sacar. ¡Esto va contra Dios! Cuántas veces (tantas veces) hemos leído en L’Osservatore Romano… un título que me ha llamado tanto la atención el día de la tragedia en Bangladesh: ‘Vivir con 38 euros al mes’: era el sueldo de estas personas que murieron… ¡Y esto se llama ‘trabajo de esclavo!’. Y hoy en el mundo esta esclavitud que se hace con lo más bello que Dios ha dado al hombre: la capacidad de crear, de trabajar, de hacer su propia dignidad. Cuántos hermanos y hermanas en el mundo están en esta situación por culpa de actitudes económicas, sociales, políticas, etc…”.
Asimismo, en su homilía el Papa citó a un rabino del Medievo que relataba a su comunidad judía la vicisitud de la Torre de Babel: entonces los ladrillos eran sumamente preciosos:
“Cuando un ladrillo, por error, caía, era un problema tremendo, un escándalo: ‘¡Pero mira lo que hiciste!’. Pero si uno de aquellos que construían la torre caía: ‘Requiescat in pace!’ y lo dejaban tranquilo… Era más importante el ladrillo que la persona. Esto contaba aquel rabino medieval ¡y esto sucede ahora! Las personas son menos importantes que las cosas que producen beneficio a los que tienen el poder político, social, económico. ¿A este punto hemos llegado? Al punto de que no somos conscientes de esta dignidad de la persona; esta dignidad del trabajo. Pero hoy la figura de San José, de Jesús, de Dios que trabajan (es este nuestro modelo) nos enseñan el camino para ir hacia la dignidad”.
Hoy, observó el Papa Francisco, no podemos decir más lo que decía San Pablo: “Quien no quiere trabajar, que no coma”, sino que debemos decir: “Quien no trabaja, ¡ha perdido la dignidad!”, porque “no encuentra la posibilidad de trabajar”. Es más: “¡La sociedad ha despojado a esta persona de su dignidad!”. Hoy (añadió el Pontífice) nos hace bien volver a escuchar “la voz de Dios, cuando se dirigía a Caín diciéndole: “Caín, ¿dónde está tu hermano?”. Hoy, en cambio, oímos esta voz: “¿Dónde está tu hermano que no tiene trabajo? ¿Dónde está tu hermano que está bajo un trabajo de esclavo?”. El Papa concluyó invitando: “Oremos, oremos por todos estos hermanos y hermanas que están en esta situación. Así sea”.
Y es que la Doctrina Social de la Iglesia busca que todos los actores asuman sus derechos y responsabilidades en un círculo virtuoso, es decir, donde cada una de las partes ponga todo lo que le corresponde con entrega y generosidad y tenga derecho a recibir lo que merece, creando así un escenario positivo donde todos salen beneficiados.
La Doctrina Social de la Iglesia pide al Estado que vigile e intervenga en lo que le corresponde por derecho, sobre todo en la impartición de justicia y vigilancia de los derechos de los que menos tienen, cobrando los impuestos justos, pero sobre todo aplicándolos como es debido. Al empresario y al capital, que reciban sus justas ganancias, pero sin perder nunca de vista que las reciben gracias al trabajo de las personas que deben ser justamente retribuidas. Al trabajador, que exija sus derechos, pero que también se comprometa y entregue lo mejor de sí física e intelectualmente en el cumplimento de las tareas y cuidando el patrimonio de la empresa como si fuera suyo- A los ejecutivos y directivos, que empleen su autoridad en servicio a la eficiencia de la empresa, anteponiendo el respeto y la dignidad de los que están bajo su supervisión y autoridad. A los sindicatos, que trabajen por la justicia real y el desarrollo y no para el enriquecimiento de sus dirigentes y el engaño de sus afiliados. Al sistema financiero, para que haga un uso responsable del dinero; y a la comunidad internacional, para que busque un equilibrio entre las naciones y que el comercio y la tecnología no se conviertan en un medio de dominio sin escrúpulos.
El resultado de la práctica de todo lo anterior seguramente nos llevaría a un mundo mucho mejor que el actual.
Pero, para que se pueda llegar a esto se requiere el sentido trascendental del hombre y su relación con Dios, la justicia y la caridad, donde se tenga siempre presente que todas las acciones de nuestra vida están relacionadas con nuestro fin último y que inexorablemente todos tendremos que rendir cuentas a Dios de cómo utilizamos los talentos y dones de que fuimos dotados, incluyendo las cualidades personales, los bienes económicos y la autoridad que en un momento determinado podamos ejercer.
Tal vez por lo anterior sería bueno terminar esta reflexión con una oración sobre el trabajo que es al mismo tiempo un formulario de actitud positiva:
“Padre Celestial, al entrar en mi lugar de trabajo, deseo invocar Tu Presencia, para darte gracias por este nuevo día.
Te pido Tu paz, Tu gracia, Tu misericordia y Tu orden perfecto para esta oficina que se reflejará en beneficio para todos.
Ilumínanos en todo lo que se hable, piense, decida y haga dentro de estas paredes, para que resulte en acciones beneficiosas para todos.
Bendice nuestros proyectos, ideas y todo lo que realicemos, para que aún nuestros más pequeños logros sean testimonio de tu gloria.
Bendice, Señor, a mis jefes, compañeros, clientes, y a todas las personas que este día se relacionen conmigo, para que se sientan bendecidos.
Renueva mis fuerzas para hacer mi trabajo de la mejor forma posible.
En este día te pido, Señor, un corazón generoso, para atender con amabilidad a todas las personas y no ser indiferente a sus necesidades.
Ojos para descubrir lo mejor en los que me rodean.
Una boca que sonría con frecuencia, que diga frases optimistas y que enmudezca para los rumores y palabras ofensivas.
Dos manos que trabajen honradamente y con entusiasmo, para colaborar en satisfacer las necesidades de mi familia y de todos mis compañeros.
Mente abierta a todas las ideas, para pensar bien de los demás y entender sin prejuicios a los que piensen distinto a mí.
Especialmente, Señor, dame una fe profunda para creer en Tu palabra y una voluntad decidida para actuar correctamente y hacer el bien.
Señor, cuando esté confundido(a) guíame, cuando me sienta débil, fortaléceme, cuando esté cansado(a) lléname con la luz del Espíritu Santo.
Te pido que en este día el trabajo que haga y la manera como lo haga esté de acuerdo con Tu palabra y Tus mandamientos.
Y te pido, Señor, que cuando terminemos el trabajo de hoy, nos conduzcas a todos los que aquí laboramos con seguridad hasta nuestros hogares”.
Amén.
@yoinfluyo