La vida de Juan Pablo II llama mucho la atención, no por nada son varios los escritos biográficos dedicados a él y por fortuna son también muchos los que vivieron experiencias junto al hoy santo, como es el caso del cardenal Stanislaw Dziwisz, arzobispo de Cracovia y amigo personal del Papa peregrino.
En conferencia en el Vaticano, Stanislaw Dziwisz, quien fue secretario personal de Juan Pablo II durante casi 40 años, señaló que Juan Pablo II era un hombre inmerso en Dios, “contemplativo y misionero”, como lo definió una vez el Papa Benedicto XVI, quien fue su más estrecho y confiado colaborador.
Dziwisz aseguró que el secreto de la vida de Karol Józef Wojtyła y su pontificado está en el modo en que rezaba, “en todas partes, en toda condición, con gran sencillez y naturalidad. Aquí tenía origen su capacidad de acción, así como su fascinación humana y espiritual”.
El también arzobispo de Cracovia, autor del libro “He vivido con un santo”, consideró haber tenido la suerte de estar junto a Juan Pablo II por más de 40 años; sin embargo, dijo conocer poco su riqueza interior.
“Pensamos sólo en sus gestos de Pontífice. Después de tantos años redescubrimos su gran valor, no sólo para los creyentes, sino para toda la humanidad”, expresó.
El histórico secretario de Wojtyla destacó que pese al intenso sufrimiento que el Pontífice padeció, jamás se lamentó. "Debo decir que viví con un santo. No sólo yo tuve esa impresión, muchas personas piensan igual".
Agregó que la vida del Papa polaco fue marcada por el sufrimiento, ya que desde joven vivió la pérdida de sus tres seres más queridos: su madre, hermano y su padre, “incluso durante la guerra tuvo un grave accidente y estuvo al borde de la muerte”.
El amigo del Papa misionero destacó que cuando Juan Pablo II se paraba frente a la niñez, parecía ser totalmente él mismo. “En aquellos encuentros se veía claramente cómo Karol Wojtyla conseguía expresar con la máxima naturalidad el gran don que había recibido, el de ser padre, un padre lleno de amor, de bondad y misericordia, un padre que sabía infundir valor, esperanza”.
Entre una de muchas anécdotas, el cardenal recordó una vivencia en Brasil, donde el Pontífice entró a una iglesia para una ceremonia, “junto a la entrada había una mujer inclinada sobre una niña de siete u ocho años: era una mamá explicando a su hija (ciega) quién era el Papa. Y él, informado al respecto, se acercó a la niña, se arrodilló para estar a su altura y comenzó a decirle:
‘¿Sabes? El Papa es un hombre vestido de blanco, que recorre el mundo en nombre de Jesús…’
“Mientras hablaba, la niña lo tocaba, lo acariciaba, intentado entender con las manos si era verdad lo que oía pero no podía ver. Al final, se fundieron en un abrazo que no terminaba nunca…”, compartió.
En otra experiencia, el secretario personal de Wojtyla indicó que un domingo, al visitar una parroquia romana, Juan Pablo vio salir de un contingente a un niño de entre ocho o nueve años con su mano en el bolsillo. “El Papa hizo un gesto a los agentes de policía para que lo dejasen pasar, y el niño comenzó a contarle que su madre se estaba arreglando aún y que él, mientras tanto, había ido delante solo. También porque, dijo, le había llevado un regalo. ‘Soy pobre, sólo puedo darte esto’. Sacó la mano del bolsillo y le tendió un caramelo.
“Juan Pablo II lo tomó, se lo llevó al corazón, le dio las gracias y le dijo: ‘Pero no lo merezco’. Pues bien, aquellas palabras, el Papa Wojtyla las repetirá después una infinidad de veces, por ejemplo, cuando en sus discursos improvisados debía dar las gracias, especialmente durante los viajes”, detalló el arzobispo.
Enfatizó que dicho gesto por parte del niño “aparentemente simple”, pero de “pureza extraordinaria”, enseñó al líder de la Iglesia católica que la ingenuidad era capaz de expresar la experiencia radical de la gratuidad.
“De la misma forma que el niño de San Francisco, enfermo de sida, enseñó al Papa Wojtyla, cuando lo abrazó, cómo continuar viviendo con un mal tan tremendo e injusto para él, abandonándose con serenidad en los brazos del Señor”, añadió.
Cabe señalar que el Papa Juan Pablo II fue un líder muy querido por los niños; recordemos las risas que desde su alma emanaban junto a los infantes en la plaza de San Pedro. Al respecto, Dziwisz menciona que este tipo de vivencias hacen entender por qué entre Karol Wojtyla y los niños, en cualquier parte del mundo, se establecía enseguida una gran familiaridad.
“Sí, él era una figura paterna, de autoridad incluso, pero los pequeños sentían que podían tratarlo como a uno de ellos, como a alguien de casa. Le tuteaban y lo acosaban con preguntas”, manifestó frente a periodistas.
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