El Papa Juan XXIII no dudó en afirmar de sí mismo: “Muchos piensan que soy astuto, cuando en realidad no hago más que ser sincero y decir siempre la verdad. No importa lo que se piense o se diga de mí. Es necesario, ante todo, que sea fiel a mi propósito: quiero ser bueno, siempre, con todos”.
El cardenal Angelo Giuseppe Roncalli fue elegido Papa el 28 de octubre de 1958; tenía como cualidades ser un diplomático, pastor, de personalidad sencilla, de carácter simpático, cercano y con facilidad para la charla.
Por su edad, se esperaba un pontificado breve, era un prelado chapado a la antigua, piadoso, de doctrina segura y poco amigo de aventuras teológicas.
Nadie imaginó que de aquel pontificado se iniciaría una verdadera transformación de la Iglesia hacia una nueva etapa marcada por el Concilio Vaticano II.
Quisieron considerar su pontificado como uno de transición, sin grandes cambios; sin embargo, Juan XXIII se preparaba para asumir un gran reto: convocar un nuevo Concilio Ecuménico.
Supo acoger la inspiración del Espíritu Santo, supo ver la urgencia de que la Iglesia reflexionara sobre sí misma para poder responder adecuadamente a las necesidades de todos los hombres y mujeres pertenecientes a un mundo que se alejaba cada vez más de Dios, para responder con fidelidad a los nuevos desafíos del orbe.
El 25 de enero de 1959 convocaba a los obispos del mundo a la celebración del Concilio Vaticano II. La tarea primordial era la de prepararse a responder a los signos de los tiempos, según la inspiración divina, un “aggiornamiento”(1) de la Iglesia que respondiera a las verdades evangélicas.
Se deseaba una profundización en la conciencia que la Iglesia tiene de sí misma, promoviendo un mayor diálogo de la Iglesia con todos los hombres de buena voluntad en nuestro tiempo y la reconciliación y unidad entre todos los cristianos.
Sus luminosas consecuencias llegan hasta nuestros días; el Papa Juan XXIII está más vivo que nunca, su pontificado es un punto de referencia, un hombre capaz de percibir al Espíritu Santo; y esta actitud fue la que hizo posible la llegada de una fresca brisa a la Iglesia.
Era necesario redescubrir la necesidad de conocer y vivir la doctrina cristiana sobre la sociedad humana, en aspectos tan cruciales como el trabajo, la familia, la economía y la participación en la vida pública. Lograr una efectiva transmisión de la fe en la educación, recordando que la educación cristiana no persigue solamente la madurez de la persona, sino que busca, sobre todo, que los bautizados se hagan más conscientes cada día del don de la fe.
Celebrar la canonización de dos Papas (Juan XXIII y Juan Pablo II) no basta, es momento de reflexionar; si deseamos ser buenos cristianos, hemos de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, y, más aún, como Cristo nos amó. Hemos de asumir la oración, el estudio y la participación de los sacramentos, pero especialmente buscar la armonía entre lo que pensamos, decimos y hacemos.
Para esto se necesita dedicación y sacrificio, pero sobre todo voluntad. El verdadero milagro de Juan XXIII depende de todos nosotros.
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1) Término italiano utilizado durante el Concilio Vaticano II y que los Papas Juan XXIII y Pablo VI popularizaron como expresión del deseo de que la Iglesia Católica saliese actualizada del Concilio Vaticano II. En otras palabras, es la adaptación o la nueva presentación de los principios católicos al mundo actual y moderno, siendo por eso un objetivo fundamental del Concilio Vaticano II.
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