Reliquias de padres confesores recuerdan la Misericordia de Dios

 

Las reliquias de los insignes confesores Santo Padre Pío de Pietrelcina y San Leopoldo Mandic se encuentran temporalmente en Roma, para ser veneradas por los fieles en el marco de este Año Jubilar de la Misericordia, donde estarán hasta el 11 de febrero.

A través del sacramento de la reconciliación, es posible experimentar la misericordia del Padre, su ternura, ha recordado en diversas ocasiones el Papa Francisco, por lo que la presencia de las reliquias de estos Santos, que se distinguían en sus dones por administrar la confesión, es un signo elocuente de la misericordia que espera a los fieles en este sacramento.

La primera meta de las reliquias en Roma fue la Iglesia de San Lorenzo Extramuros; de ahí fueron trasladados a la Iglesia Jubilar de San Salvador, en Lauro, y a partir del 5 de febrero se encuentran en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano.

El Padre Pío de Pietrelcina nació en 1887. Fue un sacerdote, religioso de los franciscanos capuchinos, quien dispensaba hasta 16 horas en el confesionario para administrar el perdón de Dios a los peregrinos, que llegaban por miles a su comunidad de San Giovanni Rotondo; además de celebrar la Santa Misa con profunda devoción. Ha sido hasta ahora el único sacerdote estigmatizado reconocido por la Iglesia. Desarrolló la fundación de “La Casa alivio del Sufrimiento”. Murió en 1968 y fue canonizado por San Juan Pablo II en 2002.

Por su parte, Leopoldo Mandic también fue un sacerdote, fraile capuchino, nacido en 1866 en Dalmacia, pero ejerció su ministerio en Padua. Pasaba en el confesionario de la mañana a la noche y decía: “Ten confianza, ten fe, y no tengas miedo…” Falleció en 1942, también fue canonizado por el Papa Juan Pablo II, en 1983, durante el Año Jubilar Extraordinario de la Redención.

En su más reciente libro, “El nombre de Dios es Misericordia”, el Papa Francisco, cita una homilía del Cardenal Albino Luciani, quien sería el Papa Juan Pablo I, sobre el Padre Leopoldo: <<Un sacerdote amigo mío que iba a confesarse con él dijo: “Padre, usted es demasiado generoso. Yo me confieso encantado con usted, pero me parece que es demasiado generoso”. Y el padre Leopoldo contestó: “Pero ¿quién es demasiado generoso, hijo mío? Es el Señor el que fue generoso; no soy yo quien ha muerto por los pecados, es el Señor quien murió por ellos. ¿Cómo iba a ser con los demás con lo generoso que fue con el ladrón?”>>

 

 

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